El artîculo, sin firma, es de 11 w sports y nos ayuda a reflexionar:
Una derrota y asoma el escándalo. Tres caídas y un cambio de rumbo. Contratos que se firman y que no se respetan. Ideas que se anuncian y que se las lleva el viento. Triunfos que no arriban y la histeria que enloquece. Perder es algo que no se soporta porque alguien –no se sabe quién- indicó que era lo mismo que fracasar. Uno va, el otro llega. Un ritmo frenético que no da espacio para más que para engrosar las horas de show y achicar los
momentos de juego. Una época sin paciencia para superar el cortoplacismo; una era sumergida en espirales de urgencias que conducen al precipicio. ¿Y entonces?
En ese marco de trastornos y de crisis que se repiten como si no hubiera lección que aprender –nada más ni nada menos que once entrenadores perdieron su cargo en el certamen que terminó este fin de semana-, Arsenal y Tigre, con un título y con una hazaña que sonaba quimera, trazan un rumbo merece no ser salteado en la escala de los reconocimientos –más allá de que lo que se logró podría no haberse logrado-: con dos apuestas que tienen diferencias importantes en la concepción de lo que se debe hacer en un terreno, un elemento común se impone y adquiere la categoría de vital en estas horas en las que muchos lamentan sus destinos deportivos: el tiempo.
Gustavo Alfaro, con una historia en el club, regresó a Sarandí a mitad de 2010 y, aunque parezca raro, no se fue a las cinco jornadas. Con un modelo claro y con la confianza por los logros de su gestión anterior, el entrenador dispuso de garantías para trabajar –no tanto por la voluntad dirigencial, que ya había abortado otros procesos, sino por los resultados circunstanciales- y la mayor alegría del cuadro del Viaducto llegó dos años después: la coronación en el Clausura, tras haber derrotado a Belgrano en su casa, da la sensación de tener más que ve con la causalidad que con la casualidad.
Algo similar sucedió en Victoria. Cuando las papas del promedio comenzaban a quemar, a comienzos de 2011 asumió Rodolfo Arruabarrena –un hombre sin experiencia previa- y, soportando las embestidas típicas ante cada traspié, permaneció hasta la tarde del domingo en la que se salvó de todo. Con un planteo generoso en el que la posesión del balón era más que un detalle, el Matador jugó y sumó, soportó presiones y altibajos sin ceder el proyecto y terminó cerrando una campaña bárbara ante su gente, en el empate 2 a 2 con Independiente.
Si de goles se habla, el alivio no llegó ni en el final: la última fecha arrojó un saldo de 27 gritos en diez encuentros y terminó pagando caro el viernes sin tantos que “regalaron” Argentinos, Olimpo, Newells y Lanús. Lamentablemente, para disfrutar del promedio de tres por pleito, no quedará otra que cerrar los ojos y patear las esperanzas para el campeonato que viene.