Tomás Mantia, luego de escribir una carta de “despedida” de la práctica activa del fútbol profesional a los 28 años de edad, eligió al programa “la Voz del Estadio” de radio Eter (90.5) Mar del Plata y la app GDM RADIO para explicar el por qué de tamaña decisión.

Aquí el audio original

y en el portal loquepasa.net la prodigiosa pluma de Mario Gianotti escribió lo siguiente a propósito de esta despedida de Mantia:

“Solo se trata de vivir
esa es la historia
con un amor, sin un amor,
con la inocencia y la ternura
que florece a veces,
a lo mejor resulta bien”

Fito Páez

 

La noticia sorprendió al mundo Alvarado, conmovió a los hinchas, los movilizó afectivamente, generó una comprensible sensación de tristeza. Tomás Mantia, el último exponente de una histórica epopeya deportiva del Torito del ex barrio Mataderos, anunció mediante una emotiva carta de despedida su alejamiento del fútbol profesional.

 

Tomi fue, es y será sin lugar a dudas el ídolo sencillo que supo ganarse el respeto y el cariño de todos los simpatizantes de Alvarado, un referente dentro y fuera del campo de juego, un apellido que es sinónimo de una sagrada leyenda azul y blanca que enamoró a miles de almas nobles y humildes, estoicos habitantes de un pueblo futbolero que vivió a corazón abierto un anhelado ascenso a la Primera Nacional.

 

Mantia es, me niego y me cuesta expresarlo en tiempo pasado, un zaguero zurdo con una técnica exquisita, dueño de una excelsa pegada, un tiempista con una prodigiosa lectura del juego, pero por sobre todas las cosas es un tipo noble, respetuoso, educado, inteligente, pensante, reflexivo, buena gente, buena leche, solidario. Vale recordar que Tomi fue uno de los jugadores de Alvarado que lideró la visita y la ayuda a diferentes comedores barriales de Mar de Plata.

 

El texto del adiós no detalla los motivos de tan inesperada determinación, pero es el fiel reflejo de su personalidad. En pocas líneas logró trasmitir su agradecimiento a cada uno de los integrantes del fútbol profesional, entrañables compañeros que en diferentes momentos fueron parte de su exitosa estadía en el club.

 

Indudablemente, pasa el tiempo pero hay una imagen que aún perdura intacta en mi cabeza. Una momento preciso, un instante único que describe casi a la perfección la condición humana del protagonista de estas líneas.

 

Domingo 2 de junio de 2019, los futbolistas de Alvarado festejan en el campo de juego el triunfo ante Deportivo Madryn y exultantes aventuran la tan ansiada final por el segundo ascenso a la B Nacional. Una multitud acompaña acompasadamente desde las gradas del José María Minella el rito de los jugadores.

 

Sobre una de las paredes laterales de los palcos, una especie de antesala que permite el ingreso del equipo local a la cancha, observo que alguien apoyado sobre una muleta explota en llanto. Allí recordé una sabia definición del inmenso Roberto Fontanarrosa. El Negro solía decir que “escribir sobre fútbol no es contar un partido, no es contar lo que pasa en la cancha, sino lo que está afuera, lo que lo rodea  y hace a la cancha”.

 

El rosarino Tomás Mantia, empapado en lágrimas, recibe el reconocimiento y el abrazo fraterno de sus pares, de los dirigentes y del inefable utilero Luis Ávila, quien orgulloso se jacta en ronda de amigos de haberle descubierto el nuevo puesto al zurdo marcapunta.

 

Esa maravillosa comunión de afecto entre los futbolistas que habían logrado en el campo un triunfo inobjetable y un compañero convaleciente de una operación en su rodilla derecha, me transportó a un lugar mágico donde la mística de grupo fortaleció, sin lugar a dudas, las cualidades técnicas, tácticas y estratégicas de un equipo que se soñaba el mejor de todos.

Acaso aquellas lágrimas no solo describían la pena, el dolor y la tristeza de un futbolista que no pudo ser parte activa de un logro colectivo, aquellas lágrimas también reflejaban la inmensa alegría de quien se sabe parte de un proyecto deportivo y humano que transita los últimos peldaños de una empinada escalera que los conducirá a la gloria.

 

Previo a la instancia que le permitió disputar la finalísima con San Jorge de Tucumán, Alvarado había logrado con holgura la clasificación en la etapa zonal y se jugaba el ascenso en un muy difícil Pentagonal, un petit certamen que determinaría el primer ascendido a la segunda categoría del fútbol argentino. En las horas preliminares  al cotejo con Estudiantes de Rio Cuarto, Tomás volvió a las prácticas y probó su rodilla en un partido de entrenamiento.

 

“El miércoles hicimos fútbol pero yo todavía sentía dolor, no podía trotar. La molestia se fue transformando en algo insoportable, así como estaba no podía ni siquiera ir al banco de suplentes. Me fui al vestuario, hablé con los médicos  y presagié con mucha desilusión que ahí empezaba el calvario. Calvario que solo entienden aquellos que sufrieron una lesión que te margina por varios meses de un equipo”. 

 

Volvió a Rosario y fue operado exitosamente por el Doctor Fernando Bacci. Entonces la casa paterna fue abrigo para los primeros días postoperatorios. Con absoluta parsimonia los afectos sanaron las heridas del cuerpo y reacomodaron los dolores del alma. Sus padres, María Alejandra y Vicente, su hermano mayor Manuel, y los amigos más cercanos, fueron un sostén indispensable para superar la etapa inicial de la rehabilitación.   

 

Tras el ascenso Tomi  llevó adelante un cuidado y exitoso proceso de rehabilitación que le permitió, de la mano del por entonces entrenador Juan Pablo Pumpido, regresar al primer equipo frente a Platense.

 

Esta imagen es solo una parte de la historia de un jugador que se convirtió en leyenda azul y blanca. Una historia que trasciende los límites geográficos de una cancha. La historia de un  buen tipo, un extraordinario futbolista que fue parte de un grupo de hombres que estuvieron humana y deportivamente a la altura de las circunstancias. Un crack que superó una traumática lesión y volvió a vestir la camiseta del club que aprendió a quererlo y a respetarlo por sus bondades humanas y deportivas.

 

Un ídolo sencillo, uno de los héroes que pelota al pie enamoró a miles de almas nobles y humildes, hinchas fieles que vivieron a corazón abierto el ascenso de su querido Alvarado. Esta es parte de la historia de Tomás Mantia, un caballero, un zaguero de fina estampa que un día, el menos pensado, le dijo adiós al fútbol profesional.

 

Aplausos de pie, telón lento, ovación cerrada, eterno abrazo de gol…

 

Mario Giannotti