Por Walter Vargas en su face

Cacho Malbernat ha partido hacia el otro lado de no sé dónde.
Ha partido Cacho hacia el eterno existir de quien fue lo que fue.
Fue lo que fue, Cacho Malbernat, un hombre bueno y el capitán de la epopeya de Old Trafford.


Cacho fue lo que fue y nunca, pero nunca, lo que pudo haber sido, puesto que lo que pudimos haber sido es apenas la evanescencia de un juego que los hombres jugamos a tientas.
Pudo haber sido odontólogo.
Pudo haber sido un comerciante próspero.
Pudo haber sido hincha de Gimnasia por designio familiar..
Pero Cacho Malbernat no fue nada de eso.
Cacho fue lo que fue: hincha de Estudiantes por decisión visceral.
Y futbolista profesional de los buenos, un perro de presa que atormentaba delanteros por orillas indistintas y rara vez mordía el anzuelo de sus fintas.
Fue bueno de verdad, con alternancia albiceleste y cambio de figuritas con ferreiros, gallos, panaderos y marzolinis.
Y tan bueno, Cacho, desentendido de la ley universal de que el defensor no debe de tirarse a los pies, so pena de haber gastado los últimos ahorros. Cuando Cacho iba abajo, ahí mismo terminaba la jugada, o si se seguía, sí seguía era porque el mismo Cacho había pasado el rastrillo y el wing masticaba la bronca del cero al as.
Dos goles, nada más que dos goles hizo Cacho.
Uno para Estudiantes contra Vélez y otro con Racing, sobre la hora y contra Estudiantes, fijate vos.
Y el que más gritó fue el que le hizo a Estudiantes. Que iba a ir para atrás, habían veneneado algunos giles. Y entonces, cuando el Flaco Leone no llegó y la pelota infló la red, Cacho Malbernat sintió vindicada su integridad y apretó fuerte el puño y corrió como un pibe o como el muchacho de 24 abriles que el 16 de octubre del 68 había corrido en Old Trafford, la vuelta olímpica en el teatro de los sueños del Pincha y el teatro de las pesadillas para Bobby Charlton y los otros, tomen mate, ingleses, ustedes los de las tribunas griten animals, animals, animals, que la copa ya viaja a La Plata.
Y Cacho levantó la Copa en 1 y 57 y la levantó mil veces más. Y sonrió para la foto como sabía sonreír su alma a salvo de los incordios del rencor.


Perdoname, Cacho. Nunca fui a buscar el banderín que firmaste para mí.
Gracias, Cacho. Mi corazón llevará por siempre la rúbrica de aquellas palabras que me dijiste en un bar cuyo nombre no me acuerdo: “me caés bien porque sos un buen periodista pero me caés mejor porque amás a Estudiantes tanto como yo”.
Hasta siempre, Cacho Malbernat, rubio de rubiez, noble de nobleza, Pincha hasta la médula de la mismísima pinchedad.
Hasta siempre, Capitán. Este humilde grumete llora y te abraza.