Por Pablo Calvo ( recién fallecido por el maldito Covid 19) publicado en cenital.com

 

¿Por qué Griguol fue un maestro?

Hay algo que no termino de entender: ¿por qué le decían El Viejo?

Es comienzo de la década del 90 y está parado sobre un césped de entrenamiento. Mira a sus futbolistas y les propone un trabajo: “Sacar las piedritas que haya en la cancha y tirar semillas donde haya huecos”. Pueden buscar en cualquier especial de El Gráfico y verán que en el corazón de las áreas hay un suelo arenoso. Nada verde. Facundo Sava no es todavía el entrenador de Quilmes. Es un chico que juega en Ferro y que está escuchando cómo ese señor les explica cómo mejorar los terrenos los volverá mejores jugadores. En la patria del potrero, la lógica aún funciona al revés: la irregularidad del terreno donde se juega hace que a un mal pique le venga un mejor control de la bola. Carlos Timoteo Griguol está en el barrio de Caballito y no están todas esas torres que cambiaron al barrio o en el predio de Pontevedra, pero ya vive en el futuro. Treinta años después, Pablo Aimar, a cargo del sub 17 de la Selección Argentina, reflexiona: “Nos quedamos atrás con Europa. Creo que tenían para invertir y eligieron muy bien dónde hacerlo: infraestructura y capacitación. Hace 50 años, con el potrero, nosotros y los brasileños lo manejábamos. Ahora ya no: hay deportes de gente que se entrena los siete días de la semana, en un lugar espectacular, con alimentación. Cómo no va a impactar.”

Será el primer viaje al exterior de algunos jugadores. Les pide que vayan de traje. Sava nunca se compró uno. Griguol lo lleva en auto hasta una sastrería y paga. Hacen un acuerdo: el Colorado lo devolverá en cuotas a medida que vaya cobrando su salario. Unos años más tarde, le sugiere a Andrés Yllana lo mismo: “Si va a firmar un contrato, vaya formal”. Podría ser leído como un ejercicio de coquetería. En un fast forward al presente, Javier Wainer, exsecretario técnico de Racing, detalla: “Yo a las redes las miro más que nada para saber qué tan descuidado es un pibe. Si sube fotos con amigos tomando algo. Si está de novio. Si tiene errores de ortografía. Te da una idea inicial, claro que puramente de prejuicios, de la personalidad de un jugador. Hacen falta más referencias igual, pero esa es una”. No era tan obsesiva la hipótesis de ser y parecer de Timoteo. Es parte de los métodos de cómo seleccionan jugadores los scouts. De eso, entre otras miles de cosas, trabajan los maestros.

Según el censo de 2010, en Las Palmas, Córdoba, hay 43 habitantes. Griguol cayó en este mundo el 4 de septiembre de 1934. Su papá era Don Carlos y su mamá, Doña Mafalda. No había mucho más plan que agarrar una pala y trabajar la tierra. En la nada, aprendió a jugar y a amar al fútbol. Lo recomendaron, se probó, dio vueltas y terminó en Atlanta, donde obtuvo la Copa Suecia en 1958. Su nivel lo eyectó a la Selección y se consagró campeón de la Copa América de 1959. “Es el jugador que más vi correr en una cancha”, definió Roberto Perfumo a aquel volante central. Cerca del final de su carrera, a los 31 años, cambió de casa y se mudó a Rosario Central para transformar su cabeza.

José Aurelio Pascuttini es un bronce canalla. Fue campeón en 1971 y en 1973. Dirigió la Primera, coordinó inferiores y, ahora, mira y da comentarios específicos. Bah, una gloria. Atiende desde Rosario y explica: “Carlos es lo que falta hoy. Formadores. Gente a la que le importe más crecer que ganar”. Griguol pasó de jugador a entrenador de jóvenes. Pero su bocho no se armó de la nada.

Algún día aparecerá alguna ciencia que se dedique seriamente a pensar qué pasó en Rosario en las décadas del 70 y del 80. Quizás, ahí, encontremos las respuestas que nos faltan para entender el mundo. Jorge Griffa, César Luis Menotti, Jorge Solari, Marcelo Bielsa y Griguol echaron sus raíces en esa ciudad y dieron vuelta a la pelota. Todos nombres fundamentales para que cambie la concepción de nuestro juego del simple profesionalismo al alto rendimiento. Tan es así que la conclusión brota rotunda: los últimos cuatro técnicos de la Selección argentina salieron de la misma zona. Timoteo ya era un futbolista mayor cuando se cruzó con Miguel Ignomiriello. El nombre que explica esta historia.

Don Miguel tiene 93 años y, para su último aniversario, se despertó a las 2.30 con el propósito de tomarse un whisky a la hora en que dicen que nació. Para finales de la década del 60, era el coordinador de inferiores de Rosario Central. Un formador con ideas de juego y de desarrollo de personas antes que futbolistas. Lo convenció a Griguol de que se quedara a trabajar con los juveniles, rol que ejerció hasta 1971. Ese año, fue la gesta. Ángel Labruna conducía a los Canallas. Hasta ese momento, nunca un conjunto fuera de Buenos Aires había conquistado un torneo de AFA. Pese al gobierno militar y a la persecución sindical, un grupo de futbolistas se cansó de que no los consideraran trabajadores y lanzaron una huelga cuyo principal vocero era José Omar Pastoriza. La cosa es que la liga no frenó y los equipos fueron representados por sus inferiores. Además de lo resonante de los estrenos de Norberto Alonso y de Reinaldo Merlo, Timoteo condujo sus primeros encuentros como técnico de Primera. Brilló: vencieron en los tres partidos y dejaron a los profesionales con el camino allanado para el título. Labruna partió de Central en 1972 tras no obtener buenos resultados en la Libertadores.

Así como años más tarde Newell’s dejó que Bielsa asumiera la Primera tras trabajar en inferiores, Griguol se hizo cargo de Central. Cuenta la leyenda que el propio Timoteo le recomendó al Loco que, si no tenía los futbolistas que soñaba, se dedicara a buscar a los mejores de la zona. La fórmula le funcionó a ambos. El 29 de diciembre de 1973, en el Monumental a los 39 años, el Canalla empató con el San Lorenzo del Bambino Veira y el Gringo Scotta y ganó su primer título.

“Ya en esa época hablaba de ladrillos -recuerda Pascutini-. Le repetía a los chicos que esta carrera no era para siempre. Que si no estudiaban o invertían bien su plata iban a tener problemas a futuro”. Ese mensaje lo sostuvo en todos lados. Tras salir de Central, emigró a los Tecos de México, volvió a Rosario y, en 1979, aterrizó en Ferro. Su segunda Tierra Prometida. Allí ganó dos campeonatos locales y parió un modelo de club elogiado mundialmente por la Unesco. Griguol coincidió en Caballito con otra mente brillante. León Najnudel fue un jugador y entrenador de básquet. Creador de la Liga Nacional, que obró como puente para que todo el país se incorporara al torneo de la pelota naranja. Génesis clave para que algún día apareciera la Generación Dorada. Para conocerlo más, la película León, reflejos de una pasión es fundamental es una gran herramienta. “Era un intelectual del fútbol”, declaró ayer Julio Velasco en el programa de Juan Pablo Varsky. El DT de vóley completó el triunvirato de lujo que reinaba en el universo verdolaga. De un club que, todavía, nunca regresó a eso que fue y ahora cuyo fútbol cayó bajo el dominio del agente Cristian Braganik.

Aunque los títulos aparecieron en 1982 y 1984, Griguol empezó a mostrar sus diferenciales previamente. En 1981, le confesó a El Gráfico que iba a comprarse un Toyota, pero que finalmente se quedó con un Fiat 125 y la plata que le sobraba la invirtió en un equipo de video cassette que le hacía más falta que un buen auto. Añadir herramientas más allá de la pelota fue una de sus claves: “He incorporado cosas del básquet, del vóley y del fútbol americano. El básquet me dio muchas ideas, como la salida de pelota parada o como salida en los laterales. Te ayuda mucho al trabajo”.

Hasta 1987, estuvo en Ferro. Lo convocaron para reemplazar a Veira, que había salido campeón de la primera Libertadores de River. No era una plaza fácil. Jugadores de mucho prestigio y una institución más compleja para controlar las riendas. Estuvo apenas una temporada y regresó a Caballito. Aprovechó ese retorno para hacer debutar a muchos futbolistas. Uno de ellos fue Adrián Bianchi, quien además le dedicó un cuento en la saga Pelota de Papel. Hoy, desde las inferiores del club, piensa al inspirador: “Griguol era un maestro porque su pasión para enseñar fútbol era la misma que utilizaba para educar la vida. Porque en su tarea de hacer docencia, humanizaba a cada uno de sus dirigidos. Con sus conocimientos, te transmitía valores que motivaban a ascender como deportista y persona. No solo te mejoraba como futbolista sino que te enseñaba también a formarte como técnico”.

Es difícil ser amado en distintos clubes. En 1994, Gimnasia La Plata convocó a Timoteo. Que dio vuelta todo. Llegó con una batería de programas que asombraba. Armó dietas, algo a lo que nadie le daba pelota. Impulsó la mejora de los terrenos de juego. Desde los puntos, la cima aconteció en el subcampeonato de 1995. El relato para los triperos guarda un final triste: Javier Mazzoni, de Independiente, les aguó la fiesta, les convirtió un gol y le cedió el título a San Lorenzo, que ganó en Rosario. Sin embargo, los logros estuvieron y vinieron de otro lado. Andrés Yllana, volante central de aquel equipo, piensa al entrenador: “Aparte de lo futbolístico, que lo hacía con mucha generosidad, respetando los tiempos de aprendizajes, también tenía la bondad de gastar tiempo en todo lo que eran enseñanzas de vida, educación. Gastaba un montón de energía que no toman otros entrenadores porque no les sirve de nada. Les alcanza con que el jugador rinda en ese momento y dentro del campo”. Griguol era capaz de permanecer practicando con un único futbolista la técnica de cabeceo.

En 1998, Gimnasia volvió a pelear y salió subcampeón. Un poco más complejo: el campeón fue el invicto Boca de Carlos Bianchi. El enganche, en esta etapa, era el joven Mariano Messera, hoy entrenador del Lobo. En una entrevista con Roberto Parrottino, recuerda una anécdota que marca a Timoteo: “Era titular, tenía casi 40 partidos en Primera, y en el fin de año del 98 me agarró y me dijo: ‘Petiso, si no terminás el secundario y me traés el analítico, no hacés la pretemporada del 99’. Y tuve que ir corriendo al Carlos Vergara a rendir Inglés, Cívica y Literatura de quinto año. No lo iba a poner a prueba. Tenía 20 años”. Este caso no resulta aislado. Timoteo les pidió a los directivos que contrataran a alguien que siguiera la vida escolar de todos los pibes. Algo que hoy hacen todas las pensiones de Primera.

La enseñanza integral de la pelota fue algo que sostuvo durante su carrera. Se enojaba con los futbolistas que llegaban con un auto nuevo porque eso quería decir que estaban tirando la plata. “Te decía que había que invertir en ladrillos para poder tener algo en el futuro. No ibas a ganar plata con eso, pero tampoco la ibas a perder. Te recomendaba no hacer negocios con amigos. Y más: no tener empleados. Porque lo importante era estar concentrado en la carrera”, detalla Sava, que compartió con Timoteo el paso por Ferro y por Gimnasia.

Repito: no termino de entender por qué le decían Viejo. Llevaba ese apodo desde mucho antes de fallecer, esta semana, a los 86 años. Fue un adelantado para entender hacia dónde iba a rumbear la alta competencia. Muchas de las cuestiones que él exigía hoy son leitmotiv en cualquier institución. El césped, la alimentación, el estudio y las finanzas constituyeron cuatro pilares donde sacó diferencias. Poniendo el ojo en el valor de lo humano. Las rebeliones no se hacen teniendo títulos. Se hacen con ideas y lo de Griguol vale para ayer, hoy y siempre.