Por Fabián Galdi en el diario Los Andes de Mendoza:
De campana, frente a una remisería. Su misión: observar el entorno, estar atento a cada ruido o movimiento ajeno, mantenerse concentrado en el objetivo y, sobre todo, no dudar a la hora de pegar el grito a sus laderos, si es que hiciera falta. La adrenalina por las nubes y ese juego macabro de adolescentes que se ensaya en la realidad y no en un escenario de teatro escolar. De repente, todos arriba del auto y enseguida un choque. Asustados, completaron la escapatoria en forma individual. A la noche volvieron a encontrarse y repartieron el botín. “Era de juguete, el revólver era de juguete; para asustar, nada más” confesó Pablo Migliore a la prensa ya de adulto. Para él, había sido un juego de simulaciones. Hoy, quizá, lo siga creyendo.
Los seis hermanos hermanos Migliore sufrieron la separación de sus padres a temprana edad. Tres varones y tres mujeres; a Pablo, le tocó quedarse con el papá. Éste, trabajador desde la madrugada hasta la media tarde, se multiplicaba para conseguir recursos económicos. Hombreaba bolsas de papa, cuidaba un club barrial, hacía changas de todo tipo. Ocho años atrás, su hijo cobró un primer sueldo importante en Huracán de Parque Patricios. Llegó a la casa, desparramó el dinero sobre la mesa y le dijo: “Viejo, no quiero que labures más”.
Huracán, Boca, Racing y San Lorenzo. Una vez le preguntaron si no sentía pudor por haber cambiado tanto de camiseta. “Lo único que busco es darle de comer a mi familia”, respondió. Una veintena de tatuajes decoran su cuerpo; uno, es el más llamativo: la imagen de Martín Palermo. “Es mi amigo…y encima es Palermo”, dijo. Tiene tatuada una fragata por Almirante Brown e hizo pintar de negro y amarillo las paredes de su gimnasio. “Soy hincha de Almirante, de toda la vida, pero cuando juego en un club dejo todo por esa camiseta”, sostuvo. Le dicen “Loco” y usa el “22” en la camiseta.
No queda claro, entonces, porqué jugando en San Lorenzo apareció camuflado dos años atrás dentro de la barra brava de Boca, en La Paternal, durante un partido contra Argentinos Juniors. Iba a la Doce de más joven, supuestamente porque disfrutaba de los bombos y los redoblantes. Uno de sus hermanos, Fernando, lo acompañaba; el año pasado, sufrió heridas de bala en un tobillo como producto de otra señal de ajuste de una de las facciones del núcleo duro de la hinchada xeneize. Por entonces, se dirimía la supremacía de grupos antagónicos por el control de los estacionamientos aledaños a la Bombonera durante los días de partido.
Migliore se acostumbró a cosechar vínculos con los sucesivos líderes de la Doce. Era frecuente verlo fotografiado cuando Rafael Di Zeo encabezaba virtuales operativos de limpieza de imagen entregando juguetes a los niños alojados en el Hospital Garraham. Por efecto contagio o por caminar haciendo equilibrio y sin red en la delgada línea que separa el riesgo de la convivencia pacífica.
Casi sin darse cuenta, comenzó a verse absorbido por la cultura del barrabravismo. Se le fue filtrando por los poros, cotidiana e imperceptiblemente. Solía, por ejemplo, visitar al Rafa mientras éste estuvo detenido en el Complejo Penitenciario I de Ezeiza; paradójicamente, es el mismo que hoy aloja al arquero. No hubo hasta ahora devolución de las visitas de cortesía.
Papá Migliore, en su aparición por los medios a mitad de la semana pasada, clamó por la aparición de Maxi Mazzaro, el número dos en la facción de la Doce que conduce Mauro Martín, hoy preso. “Si no se presenta, es un traidor”, apuró el padre del arquero. La Justicia sospecha que existe una gigantesca red de encubrimiento que engloba tanto a los barra bravas como a dirigentes de clubes. La investigación no se centra en “perejiles”, sino todo lo contrario: apunta a desentrañar el eje del fabuloso negocio de las mafias enquistadas en el fútbol.
Mazzaro es la figurita difícil del álbum. Cuando hasta su propio abogado, Horacio Rivero, había hecho filtrar a la prensa la información que su defendido iba a entregarse a mitad de la semana pasada, lo cierto es que esto no ocurrió. El letrado había presentado un pedido de eximición de prisión para el barra, pero la Cámara no lo resolvió. Fuentes cercanas al expediente estiman entre ocho y diez días más para que pudiera haber alguna decisión. Sin esa garantía judicial, el prófugo se mantiene en tal condición.
¿Por qué tanta gravitación adquiere hoy en día la figura de Mazzaro? Simple, porque asoma como el hombre clave para empezar a desentrañar una historia signada por la violencia como norma. No es sólo el homicidio del vecino Ernesto Cirini, en agosto 2011, en Buenos Aires, lo que representa el techo de la investigación de la Justicia, sino que la trágica situación sólo aparece como la punta del iceberg de un flagelo que parece no tener solución. Los contactos del barrabravismo con el mundo de la alta política es el punto medular de la cuestión.
Migliore, en este caso, es la persona conocida públicamente y no el instigador o ejecutor de un crimen. Sigue acusado de encubrimiento agravado de Mazzaro, y nada más sano para él que dejar en evidencia mediante su testimonio qué es lo que sabe y qué datos puede aportar para que de una buena vez por todas se erradique el peor de los flagelos que contaminan al fútbol.
El viernes pasado, la Justicia rechazó el pedido de eximición de prisión presentado por la defensa de Migliore, quien fuera detenido a fines de marzo en el estadio de San Lorenzo luego de un partido contra Newell’s. La pena que puede corresponderle al futbolista contempla hsta seis años de prisión.
En las escuchas telefónicas se detectó que el arquero le solicitó ayuda a un conocido para que éste colaborase entregándole un vehículo al Mazzaro, prófugo desde enero pasado. Además, la Cámara del Crimen tampoco hizo lugar a los reclamos de las defensas de Mauro Martín, su cuñado Gustavo Petrinelli y el barra Maximiliano Levy. A los dos primeros se les confirmó el procesamiento por el homicidio simple de Cirino; al otro, por el encubrimiento agravado de Mazzaro.
Migliore, en la soledad de su confinamiento, quizá se sienta inocente sin saber qué significa la culpabilidad por el cargo que le atribuyen. Ha vivido una existencia de alta intensidad, en la cual los límites han sido difusos. La subcultura del “silenzio stampa” o del “de eso no se habla” parecen formar parte de su cotidianidad. De adolescente, fue campana. Hoy, los antecedentes le juegan en contra. Los gritos del silencio no ayudan. El testimonio veraz será la única llave que abra la puerta del infierno, en sentido literal.