La mirada del diario El País, de España, sobre una nueva frustración de Messi con el Seleccionado argentino de fútbol:

 

por Pedro Cifuentes:

Un año después, Messi tuvo otra oportunidad para congraciarse por fin con un número considerable de compatriotas que se irritaron con su pasividad durante la final del Mundial, pero terminó el partido sentado en el suelo mientras el Estadio Nacional, en pleno trance colectivo, cantaba “Messi cagón”.

Un desenlace que nadie esperaba y que acrecentó la frustración de Messi con Argentina. Había calentado tranquilamente, sin hablar mucho, como de costumbre, intercambiando pases de 20 metros y toques cortos con el Kun Agüero, su compañero de habitación. Después disparó un par de veces a puerta. Su sola presencia intimidaba al pueblo chileno.

Sus primeros minutos fueron asociativos, comprometidos: robó un balón a Beausejour y buscó siempre la pared con Agüero y Di María para romper la defensa de cinco hombres, con Díaz de líbero, presentada por Jorge Sampaoli. No hubo marcas personales al mejor jugador del mundo: recibía incluso con cierta comodidad, pero nunca a menos de diez metros de la frontal: era allí donde la red entre Medel (ayer central por la izquierda, en función de Messi), Beausejour, Aránguiz e incluso Vidal se afanaban (con bastante éxito) en bloquear el acceso a Bravo. Intercambiando con frecuencia la posición a Agüero y marchándose al centro, el barcelonista estuvo siempre liberado de funciones defensivas y pudo entregarse a sus paseos por el centro del campo, cabizbajo y pensativo, en espera del balón definitivo entre líneas. Temeroso, el público le pitaba por fases en cuanto agarraba la pelota. En el minuto 20 sacó una falta que Agüero casi cabecea a la red.

Di María, lesionado

La lesión de Di María, en el minuto 25, interrumpió la progresión de La Pulga, que se desconectó del juego e incluso perdió dos balones francos contra Vidal y Medel. Este se había ganado una amarilla golpeándole en el pecho dos minutos antes. También cargó con otra amarilla a Díaz. Los tres centrales chilenos llegaban amonestados al descanso.

No era, sin embargo, el Messi de Maracaná, de la final del Mundial, hace un año. El estadio no esperaba, como aquel día, el gol maradoniano que le diese pasaporte vitalicio a la gloria. Esta vez bastaba con ganar. “Da igual quien meta los goles en la final… Dios quiera que entre”, había dicho días antes. Existe consenso en que Messi llegó a Chile 2015 físicamente mejor que a Brasil 2014, y solo la falta de puntería le ha impidido ser, además del mejor en otros muchos capítulos, el máximo goleador del torneo. Es difícil de explicar su segundo tiempo de anoche, prácticamente en blanco, salvo lanzamientos de falta y el contragolpe que falló Higuaín en boca de gol en el minuto 89. Después, en la prórroga, fue bien contenido por Matías Fernández cuando Vidal ya se había comprado una parcela en el punto de penalti. La prensa argentina, atónita, repetía: “¡Está caminando, boludo. ¡Caminando!”. Con los brazos en jarra, La Pulga no gravitaba sobre el encuentro.

Messi ha dado tres asistencias y ha marcado un gol (de penalti, contra Paraguay) durante el campeonato. Ha jugado todos los minutos posibles, ha rematado más veces a puerta que nadie, ha regateado más veces que toda la selección paraguaya junta y es el jugador del torneo con mayor acierto de pases en campo contrario (82%) y el que más pases ha recibido. Pero hoy, de nuevo, perdió la oportunidad de ganar un trofeo con Argentina. Deberá esperar hasta 2018.