En El Gråfico diario:

Son varios los que de pronto salen disparados hacia el estrado como si fuera el desembarco en una playa de soldados que se lanzan hacia el enemigo con las granadas en la mano. El primero toma una silla en plena carrera y la arroja hacia el apretado grupo de personas que rodean a Cantero. La silla en el aire es cualquier cosa, incluida la muerte. Una pata que se
clava en un ojo, un metal que rompe un cráneo. Hay mujeres. Un hombre ciego en silla de ruedas solo puede oír el rumor de los insultos, de la locura, el silbido de algo que le pasó al lado de su cabeza. Objetos vuelan y llueven sobre los indefensos.

Menos el hombre que sólo puede aguardar que lo quiten de allí, y una mujer solidaria, el escenario se queda vacío como cuando la orquesta se va al descanso. Los malos ganan la batalla. El presidente ha desaparecido, guareciéndose vaya uno a saber dónde. La banda levanta los brazos en el gesto de quienes se han apoderado de la cabecera de puente desde donde les lanzaban los cañonazos. Independiente, que había caído en un estadio, como debe ser, con sus seguidores dejando correr las lágrimas pero dignos. Y perdía en su sede los valores que le hicieron grande aun a la hora de perder.
A la primera Independiente volverá. Pero de tanto odio, le costará más tiempo retornar. Datos que el cronista ha percibido en los últimos días, ayudan a saber dónde hay un poco de razón en la debacle.
Este domingo al mediodía, un grupo de jóvenes periodistas bien paridos por Héctor Magnetto, apostrofaron a Cantero, pegándole por todos los flancos. El Grupo Clarín ayuda a comprender.
Cuando se pronuncia, uno sabe que hay otro lado y es en el otro lado donde habita un cierto decoro. Ya el día del ataque, junto a las fotos del cadáver de una joven asesinada, se destacaba la arenga contra Cantero. Piden la cabeza de Cantero, decía en la tapa, arriba a la derecha. Poco advertido el título porque la indignación se concentró en la horrenda foto de la piba, bochorno que le permitió al Grupo Mafia agotar la edición al cabo de la promoción entusiasta de sus cómplices, por no decir periodistas. Cantero remó contra la corriente, se cruzó con los dirigentes que dejan flotar sus almas en el viaje de lo establecido. Desorientó al periodismo que no concibe aquella tajante definición contra la violencia, esa violencia que algunos lunes vende más que el propio fútbol. Pero perdió. Cantero perdió. Su club descendió y anida en el cerebro breve de algunos la idea de que fue su culpa, la de Cantero, por meterse con “ellos”. No se juega con los violentos. No se los toca porque a la larga fuiste, dice el manual de estilo del fútbol. Peor que esos tipos que agredieron a los dirigentes del Rojo, son los que los alientan desde los periódicos y los canales. Los que los bancan. Los que nunca dan la cara.
Independiente se fue porque se fue. Hubo de todo, incluida la suerte que a veces se emperra. Las explicaciones y las culpas son tardías para evitar lo consumado. Al pasado no lo cambia ni Dios. Al cronista le gustaría ver a los hinchas de Independiente militando por Cantero, no por los otros. En el decir de un tango. Con nosotros, bien nosotros, como debe ser. Y ser, al fin, todo lo grande que