Por Martîn Perarnau, en “Perarnau Magazine” recomendado en sunteitter por Diego Latorre, bajo el título : ” A que quieres que te gane ?”
No somos lo que proclamamos, sino lo que invertimos, lo que sembramos y lo que apoyamos. Cada cuatro años nos lo recuerdan los Juegos, como el esclavo al general romano al que susurraba su mortalidad. Hay que recordar para no olvidar y nos hemos especializado en olvidar pronto, posiblemente para evitar que la realidad empañe nuestra ficción. Nos lo recuerdan cada cuatro años, pero corremos a olvidar y en esa especialidad también somos campeones.
No me refiero al deporte, sino a nuestra sociedad, fatalmente inclinada hacia la banalidad absoluta. Si digo Futbolización, por supuesto no me refiero al fútbol como práctica deportiva, de la que estoy enamorado, sino a ese modo banal, marrullero, superficial y
bravucón que tenemos de enfocar todos los asuntos, el primero la política, el segundo la economía, finalmente la mayoría de nuestras relaciones y, por supuesto, también el deporte.
Los Juegos desnudan esa Futbolización en un proceso que no solo se repite cada 48 meses, sino que se incrementa de manera exponencial. Lo afrontamos todo (casi todo, más bien) desde la banalidad, por lo que no debe extrañarnos que las noticias más leídas en los periódicos deportivos sean las de culos y tetas, ni que el tenista chulito que se mofa de la oportunidad olímpica la desperdicie por el desagüe mientras su compañero discreto y sobrio prefiere la honradez de la renuncia en beneficio de otro colega menor.
Nuestra sociedad, que no son los otros sino que somos nosotros, todos, ha optado por la banalidad futbolizada. Cada vez más apasionados por lo superficial siempre que venga envuelta en una bandera gigante (sea cual sea, por cierto, pero que sea alguna). Cada vez más grandes en espectáculo pero más incultos deportivamente. ¡Cuánto daño hicieron tantas victorias mal digeridas! Sociedad de incultura galopante, incapaz de comprender lo que ocurre en casi ningún ámbito. A base de gritar hemos olvidado pensar, analizar o simplemente fijarnos en las cosas, hasta el punto que nos resulta imposible comprender lo que está ocurriendo en los Juegos, algo bastante simple: lo hemos invertido todo en otros campos de cultivo, pero ahora queremos que den fruto los que nos hemos sembrado, regado ni abonado.
No hay que preocuparse. Ganaremos medallas. Bastantes. Suficientes para olvidar que ni invertimos, ni sembramos ni apoyamos y que a los maestros entrenadores nos los quitamos de encima como la caspa. Sacudiremos bien a Mireia Belmonte por no ser finalista, a los judokas por blandos, a los atletas por blancos y a Santi Freixa por solo romperse el cúbito. Y pronto respiraremos tranquilos porque se acabará este engorro de disciplinas que no entendemos, nomenclaturas que confundimos y deportistas que buscan denodadamente el mejor resultado pero respetando rivales, reglas y jueces. Pronto nos sacudiremos semejante gilipollez y volverá el genuino campeonato nacional, el de a ver quién la tiene más larga. Pronto volverás a gritar lo de “¡A qué quieres que te gane!”, ¿verdad, chulito mío?