Por Santiago Tuñez en “De Fùtbol Somos”

Siempre están. Debajo de una bandera, con el cuerpo en un paravalancha o las manos golpeando un bombo. Los barras mantienen su espacio en los estadios; la base de operaciones para los negocios. Y su marca violenta tiene sonido de disparos en las calles. Días atrás, balearon la casa del presidente de Los Andes, Oscar Ferreyra, que había logrado el aval de un organismo oficial para vender sólo 2.500 entradas a socios identificados y así volver a jugar como local en Lomas de
Zamora. “Los violentos te marcan el camino, te marcan hasta dónde podés llegar y a mí me lo marcaron”, lamentó Ferreyra. Y agregó, en tono de bronca: “En mi teléfono no recibí ninguna llamada de la AFA”.

Sí, en cambio, escuchó una propuesta insólita de Julio Grondona. “Que los periodistas se hagan cargo de los barras. ¿Qué tiene que ver la autoridad de AFA con esto? Ustedes son parte, los conocen a todos”, planteó el presidente eterno, molesto por una pregunta. A los 82 años, Grondona ya no tiene los reflejos mentales de otros tiempos. Le cuesta gambetear a la prensa y se enfurece ante ciertas verdades. Hace cuatro años, por caso, más de 20 barras viajaron al Mundial de Sudáfrica en el mismo vuelo que la Selección. ¿Casualidad? Difícil de creer…
Grondona realizó esas declaraciones lamentables luego de asistir a la disertación de Chris Whalley, director de Seguridad en Estadios de la Asociación de Fútbol de Inglaterra. La clase política y los dirigentes de los clubes insisten en escuchar métodos extranjeros para solucionar los problemas locales del mundo de la pelota. Grave error. Todo es diferente por estas tierras. Ya lo remarcó el especialista holandés Otto Adang en 2009: ”La solución europea en la Argentina es impracticable. Allá, los hooligans estaban concentrados en grupos marginales sin relación con el sistema. Acá, los barras están vinculados al negocio de manera sorprendente. Tienen pases de jugadores, manejan el merchandising en las calles, estacionamientos, venta de drogas y tienen vínculos con el poder político que asombran. Por eso, el problema en la Argentina es mucho más grave que en el resto del mundo, porque acá hay que cambiar todo el sistema”.

En la lucha contra los barras, es tiempo de honestidad intelectual. No de hipocresía.

Los hooligans, tal como indicó Adang, no formaban parte del andamiaje. Los barras, en cambio, mantienen relación estrecha con varios sectores. Los grupos violentos de Boca y River negociaron en la Casa Rosada una bandera kirchnerista contra el Grupo Clarín. Sí, en la Casa Rosada. El celular de Rafael Di Zeo suele recibir llamados de Carlos Stornelli, ex fiscal y actual jefe de Seguridad de Boca, según puede verse en un documental de la televisión española. El Polaco, histórico barra de Independiente, es uno de los guardaespaldas de Hugo Moyano. Y cada fin de semana, se sabe, las barras negocian la Policía las zonas liberadas para los trapitos; otra fuente de ingreso para la caja. Tienen, en efecto, complicidad con eslabones políticos, judiciales, sindicales y de seguridad. Una cadena sólida y estratégica.

Pocos personajes se animaron a luchar contra los barras. Lo hicieron Javier Cantero, en Independiente, y Enrique Lombardi, en Estudiantes. El resto de los dirigentes apostó al silencio o justificaciones incomprensibles. “Hasta Cristo tenía barrabravas. Los apóstoles eran barras para predicar la religión cristiana”, disparó Juan Carlos Crespi, vicepresidente de Boca, en un exabrupto insólito. Y la presidenta Cristina Fernández fue aún más lejos, en un sincericidio cuestionable: “Esos tipos parados en la paravalanchas con las banderas que los cruzan así, arengando, son una maravilla…”

Se trata de una lucha complicada. Intensa. De todos modos, se impone poner el cuerpo en la tarea de excluir a los barras y terminar con su impunidad. Lo saben la clase política y la dirigencia del fútbol. También, otros miembros del sistema. Un primer paso, sencillo y contundente, será conocer su interés en esta pelea. Qué intenciones tienen de ir a fondo. O si prefieren, en todo caso, mantener las conexiones con los grupos violentos. Es tiempo de la honestidad intelectual, no de la hipocresía. ¡Háganse cargo!