El genial, por lo talentoso, Ezequiel Fernández Moores, publicô en canchallena del diario La Naciòn (indescifrable que en semejante medio conservator él, Varsky, Victor Hugo, escriban) esta joyita a la que nos tiene acostumbrados:
“Entre el cliente y la verdad, seguimos optando por la verdad.” La respuesta, lapidaria, enojó al lector de El Gráfico. Pero Dante Panzeri no creía que el trabajo del periodista consistiera en vender más revistas. Tampoco creía que debiera vender ilusiones. “Tenemos que esperar lo peor, es decir, nada”, escribió antes de viajar al Mundial de Chile 62. Con él como director, El Gráfico nunca más volvió a poner en tapa al boxeo, “una
masacre humana -escribió- que debe ser colocada sencillamente fuera de la ley”. Equivocado o no, Panzeri incomodaba también a sus patrones. En La Prensa, en lugar de “boxeo”, escribía “homicidio legalizado”, y creía que la nota debía ir en “Policiales”. En El Día, el principal diario de La Plata, le “agradeció” al Milan, de Italia, su triunfo ante Estudiantes en la Copa Intercontinental “en nombre de la salud pública argentina”. Aquel Estudiantes -escribió Panzeri en el diario platense- fue “la representación de la violencia para el lucro aplicada al fútbol”, una “asociación ilícita para producir resultados ilícitos”. En El Ciclón, revista partidaria de San Lorenzo, enumeró más de 25 incidentes de indisciplina que desaconsejaban el retorno en 1972 del ídolo José Sanfilippo. En Radio Belgrano, que abría exultante la temporada con un River-Boca, dijo que el partido había sido “un bodrio tan lamentable” que no merecía “ni una sola palabra” y dedicó la media hora siguiente a otro tema. Su libro más célebre ( Fútbol, dinámica de lo impensado ) lo abrió con una frase también célebre: “Este libro no sirve para nada”.
Dirigentes, decencia y wines , las tres cosas que según Panzeri le faltaban al fútbol, es el título que eligió Matías Bauso, guionista, escritor y abogado, para su monumental trabajo sobre Panzeri, la joya deportiva y acaso también periodística de la Feria del Libro que cerró el último lunes en Palermo. Bauso juntó un metro de fotocopias, revistas y recortes. Leyó unos 6000 del total de 15.000 artículos que Panzeri escribió desde 1947 hasta su muerte, en 1978. Seleccionó casi 500, luego 200. Se quedó con 100. Revistas, diarios, radio y TV. Correspondencia con lectores. Anotaciones personales inéditas. Fútbol-juego. Corrupción. Boxeo. Periodismo. Mucha ética. Poca épica. Peronismo. Libertadora. Piazzolla, Bergman y hasta la Coca Sarli. 544 páginas, cerca de 1.200.000 caracteres que compilan con minuciosidad, admiración y afecto la obra de un mito del periodismo que analiza, opina, enseña, denuncia, combate y conmueve. Intensidad pura. Por momentos agobiante y desmesurado. Un Panzeri que, además, hace ya 40 años proponía darle tres puntos al ganador de un partido y prohibir el pase al arquero. Que avisaba que la barra brava no era folklore, sino “asociación ilícita”. Que decía que no había que hacer el Mundial 78 porque “nos afanaríamos a nosotros mismos”. Que escribió antes que nadie que el deporte era manipulado por el poder político y económico, pero también era un hecho cultural y debía servir a su objetivo de “formar mejores personas, no personas más enriquecidas”. Y que el periodismo “es una casta intocable” porque “no hay quien lo juzgue”, pero aun así tenía “la obligación de protestar” ante la autoridad y ayudar a pensar a la gente.
“Nunca fue oficialista”, me dice Bauso, feliz porque la familia de Panzeri saludó su trabajo. Su libro, publicado por Sudamericana, no tiene concesiones. Los años 50, que casi todos los especialistas deportivos coinciden hoy en señalar como claves, por títulos y masividad, cuando el peronismo decidió que el deporte era cuestión de Estado, fueron sin embargo para Panzeri una “larga noche” a la que puso fin la “Revolución” (el golpe de Estado de 1955). El propio Panzeri asumió como interventor ad honorem de la Federación de Ciclismo y se fue al año, dejando un informe de más de sesenta páginas. Aprobó que se investigara a los deportistas. Y, además de los campeones que fueron marginados de la delegación olímpica por “peronistas”, opinó que los militares no deberían haber enviado siquiera un atleta a los Juegos de Melbourne 56. Antiperonista, criticó que el Estado estableciera vínculos tan estrechos con el deporte. Pero en los Juegos Panamericanos de Buenos Aires 1951, mientras los aplaudidores miraban sólo a los campeones, Panzeri fue uno de los pocos que valoraron segundos y terceros puestos en pruebas de atletismo y natación que, según su análisis técnico, tenían más importancia que algún primer lugar. También censuró luego la política deportiva de la Libertadora. En 1962 rechazó el reto a duelo de un militar: les respondió a sus padrinos que sus únicas armas eran “la lapicera, la máquina de escribir y la palabra”. En 1972 devolvió el calificativo de “mentiroso” al coronel a cargo del deporte en tiempos del general Agustín Lanusse. Y en la última dictadura ofreció café a tres militares que fueron a verlo para que callara. Se tomó él los tres cafés y, tiempo después, le ratificó en persona al almirante Carlos Lacoste su oposición al Mundial 78. “No le encontrás una traición en cuarenta años de trayectoria”, me dice Bauso.
Uno de los mejores momentos de su libro es el intercambio semanal de Panzeri con los lectores de El Gráfico. Lejos de la letrina que son hoy los mensajes en la Web, Panzeri daba explicaciones minuciosas y también algunas respuestas crueles. “No señor -le respondía a un lector-, no es El Gráfico una tienda o una fiambrería”, donde “el cliente siempre tiene la razón”. “Lo perdimos a Caffarella”, avisaba sobre otro lector enojado, que lo amenazó con no comprar más la revista si no cambiaba la línea. “Usted -apuntó a otro- confundió nuestra liberalidad con su mala educación.” Aclaró que los periodistas de El Gráfico exigirían dinero si eran invitados a polémicas de TV porque eran “programas comerciales, no culturales”. Creía en la misión formadora del periodismo. “El país -escribió una vez- necesita educarse en el diálogo de quienes piensan distinto.” Cuando en otra oportunidad explicó a sus lectores por qué escribía en Así, Panzeri publicó un artículo memorable sobre su condición de trabajador de prensa, no patrón de los medios, y contó que en esa revista sensacionalista le pagaban el salario correcto y escribía lo que quería, incluso con más libertad que cuando era director de El Gráfico.
Le decían “resentido”, pero creyó hasta el final en la lucha por un deporte y un periodismo mejor. “Fútbol -escribió una vez- es recuerdo de lo que jamás se repetirá.” “¡Le ruego que me haga juicio!”, imploró en 1971 al entonces titular de la AFA, Juan Martín Oneto Gaona. Se había burlado de un defecto físico del dirigente y en una dura autocrítica ante las cámaras de TV confesó que le tenía “terror al humorismo dentro de mi profesión”. “Panzeri -escribió el periodista español Luis Hinojal Morales en un homenaje reciente en el sitio 11wsports.com- es la dignidad atemporal transformada en coraje? el compromiso con la ética del trabajo y un trabajo marcado por la ética? Panzeri y su obra son el alegato por el amor a una profesión y por una sociedad más justa.” Ernesto Duchini, formador de cracks, no conocía a Panzeri, pero fue a su sepelio porque quería cumplir “una deuda de gratitud”. “Cuando me parecía que algo de lo que iba a hacer no era lo mejor me preguntaba a mí mismo: «¿qué escribirá de mí Panzeri si se entera?» “. Y el que escribía, trabajara en Así o en El Gráfico, en Satiricón o La Prensa, era, contra viento y marea, Dante Panzeri..