En el portal ” el cohete a la luna” , publicaron con las firmas de Victor Hugo, por una lado y del prestigioso Fernando Pacini por otro, , sus columnas sobre la legitimidad del campeón en Rusia 2018, de la Francia de Deschamps.
Aquí las compartimos con los lectores de golesdemedianoche.com
por Victor Hugo: EN BUENA LEY:
Francia alzó la Copa y el oro nunca pareció tan reluciente, con sus dos figuras humanas llevando la tierra sobre los hombros hacia una lluvia que venía a ofrecer el dramatismo que a todo confiere. Brilló en las manos de jugadores y Presidentes, como un Santo Grial que fuera elevado a lo más alto del mundo. Algo religioso, místico había en la ofrenda a ese cielo inclemente de rayos y centellas. El estadio quedo envuelto en la bruma y la esfera gris en la que se convirtió el Luznik era atravesada por llamaradas de furia, espadas azules que desde lo alto se hundían en la caparazón del planeta.
Sencillamente feliz, como un chico en la lluvia, Mbappé supo que era la revelación. Abrumadoramente triste, Modrich asumió que era el más grande jugador del mundial. Mejor se lo daban a Hazzard, quizas pensó. Y todo sucedía mientras las tribunas se parecian a una foto de la que no se irían nunca los espectadores, congelados en el gesto elocuente de la victoria y la derrota.
Francia ganó la copa del mundo en buena ley. Su juego aéreo, la mentada capacidad para anticipar en los centros, terminó por desquiciar a los croatas precipitando un gol en contra y un penal que Pitana decidió como un alumno que ante el pizarrón quiere adivinar la respuesta.
Era demasiada adversidad para Croacia. No había padecido ni un ataque de Francia y gol en contra. Empataba al ratito como premio merecido a su despliegue y tras cartón, el penal. Dos delanteros propios donando goles a los adversarios. Ya era demasiado para la fragilidad de una mente que había transitado por demasiadas batallas para llegar hasta esa final.
El partido se estiró desde esa ruptura entre lo que era justo y lo que en realidad había sucedido.
Mbappé lo liquido con una corrida hasta el fondo y un centro atrás que no se veía desde los tiempos de Garrincha, para que Griezman y Pogda firmaran como algo que estaba escrito de antemano. Y con la fortuna como aliada, porque la geometría perfecta del centro pasó luego por algun rebote hasta que la pelota llegó al arco sin que el portero se enterase.
A Héctor y a Aquiles los manejaban en realidad los dioses. Ellos decidían, en sus trifulcas celestiales, quién venceria en el duelo y la batalla. Acaso por eso el espacio de Moscú fue profanado por esa batería de electricidad y fuegos de artificio que clausuró la noche. El espectáculo estaba allí arriba, condenando al simple rol de hombres empapados y felices como criaturas a los protagonistas del podio. ¿Qué dios detrás de los dioses del balón había sido el ganador en ese despliegue de azares que se mezclaban con los méritos deportivos? La borgiana pregunta no tiene respuesta. Puede decirse en cambio, que Francia es un buen campeón. Tiene estilo, savoir faire y un toque africano de calidad que hace multirracial su grandeza.
Siempre fue un poco más que los otros, fueran los sudamericanos o los europeos como Bélgica que en la soñada, si bella, San Petersburgo se quedó con el tercer puesto.
Francia alzó en Moscú siete kilos de oro macizo con un equipo que por su juventud le asegura otras riquezas. Más de una vez el arco del triunfo los verá pasar. El arco de Alejandro I, más pequeño pero tan parecido al de su admirado Napoleón, lucía en Moscú, después de la lluvia, láminas de plata iluminadas desde adentro.
En el centro de una avenida, la mirada se detuvo para imaginar cuánta gloria y cuánto oro habían pasado por allí. Mucha gloria tienen los arcos. Pero es efímera y hay que que renovarla, por lo menos cada cuatro años.
Francia fue un justo campeón. No será un equipo de época ni una referencia perdurable donde copiarse en los próximos años, pero fue un campeón consistente. Fue un equipo camaleónico, capaz de soportar el dominio de su adversario de turno tanto como de hacerse del control de juego cuando fuera necesario. Fuerte en las áreas, versátil en el mediocampo y demoledor en ataque.
Croacia fue un rival grande, lleno de sueños y energías, además de tres o cuatro jugadores en un nivel altísimo. Hace tiempo que no aparece un equipo tan rebelde y bravo. Tener que remontar un partido, disimular la inferioridad, lejos de acomplejar a Croacia, lo estimulaban a la proeza. Y cuando el partido estaba en campo emocional, le compitió a Francia de igual a igual, no solo con carácter y determinación, sino con fútbol. Si Francia y Bélgica fueron los dos mejores de la Copa, Croacia fue el más emocionante y mereció los aplausos de pie con los que dejó el estadio luego de colgarse la medalla de subcampeón.
Como en todo el torneo, Francia ganó en las áreas y encarriló primero el resultado y después el trámite. El rumbo de la final estaba sellado de no ser por Lloris que puso algo de incertidumbre con el único error que cometió en todo el certamen. Allí Pogbá, N´Zonzi, y especialmente Griezmann, se hicieron cargo del partido, mientras Varane cabeceaba todo lo que caía en su área, evitando exponer la desconfianza de su arquero. El partido se consumió como Francia quiso, sin mayores sobresaltos.
En el balance, fue un campeón un poco conservador en función de la calidad disponible, pero Deschamps buscaba desde hacía tiempo la regularidad, y finalmente la encontró resignando brillo. La riqueza individual de un plantel sobresaliente, en muchas ocasiones quedó a la sombra del interés colectivo. El símbolo de esa fórmula fue Antoine Griezmann. Él “jugó peor” para que su equipo jugara mejor. Griezmann resumió en sí mismo el espíritu de Francia. Que una estrella deponga algo de vanidad, no es tan frecuente, pero el delantero del Atlético Madrid está habituado a hacer concesiones individuales en su club, y quedó demostrado como nunca en este Mundial.
Tener un plantel con muchos grandes jugadores no siempre asegura un equipo confiable. Desde hace 3 o 4 años Francia se insinuaba como una potencia de nombres, pero con un equipo irregular. Deschamps, que además de conocer al jugador francés como pocos, tiene parte de su formación en la Juventus, “italianizó” a su selección en el plano defensivo. Nadie que pasa por el fútbol italiano sale igual que cuando llegó. En el centro de la defensa, aseguró el juego aéreo con Varane y Umtiti y lo robusteció por delante de ellos con un mediocentro como Kanté, al mejor estilo Makelele, Wilmar Barrios o el Tolo Gallego. Un viejo 5 tapón, táctico, obrero de jornada completa, atlético y sencillo.
Con ese blindaje, los laterales entonces pudieron volar, y Pogbá conducir entre Kanté y Griezmann, hasta llegar al último tercio con la promesa de una ofensiva temible con Mbappé. Giroud, que tantas veces pareció un interruptor de la fluidez del juego, estaba para otra cosa, tanto que se fue sin goles del Mundial. Al plan de juego del campeón se le pueden hacer un puñado de observaciones, pero tuvo un rasgo predominante que lo hizo fuerte y estable: la convicción de que la simplicidad era el camino más corto para ser confiables. Y lo consiguió.
Francia no tiene una escuela tan reconocible como Holanda, Alemania o Italia, ni siquiera como España. El fútbol francés mezcla defensa con ataque, protagonismo con repliegue, pelota parada con fantasías… Nada muy exagerado, nada en cantidad. Desde hace más de 20 años Francia hizo de la mezcla su receta. Clairefontaine, su academia de fútbol, fue una coctelera de inmigrantes, hijos de inmigrantes, religiones, razas diversas y procedencias variadas. En un país agitado por estos factores, el fútbol estuvo a la vanguardia. Algunas veces, el resultado fue un vestuario explosivo e indomable como en Sudáfrica 2010 y otras, como ahora, un plantel rico, formado, unido, y campeón.