En el portal 11wsports , leemos que
Vietto y Correa, endiosados primero, castigados después, demostraron en la cancha que sentenciar a la gente es algo más que una mala costumbre en estas tierras
Ese. Sí, ese. Ese mismo que en la noche del sábado anticipó dónde iba a caer la pelota para meter un frentazo y para darle un poco de aire a su equipo es al que tantos acusaban de creérsela y de no estar comprometido. Este. Sí, este. Este mismo que en la tarde de domingo amagó antes de recibir para sacar un brutal puntazo que
sacudió la red es al que muchos otros cuestionaban por no brillar en cada presentación y por no estar involucrado con la causa colectiva. Ese y este son pibes. Sí, así como suena: pibes que andan por la vida con un talento poco común para jugar a este juego; pibes que aparecieron en Primera y que, por tanta condición con el balón pegadito al pie, fueron ensalsados a partir de las necesidades del show deportivo; pibes que, luego de algún rendimiento por debajo de lo esperado, fueron sepultados por un aluvión de críticas. Sí, así como suena: impaciencia y sentencia sobre la gente sin mucho fundamento; impaciencia y sentencia que se llaman a silencio después de lo ocurrido este fin de semana.
Luciano Vietto debutó hace poco más de dos años pero empezó a llamar múltiples atenciones a mediados de 2012, cuando se adueñó de la titularidad de la mano de una serie de virtudes que no se observan todos los días en el fútbol argentino: concepto para participar con y sin pelota, capacidad para recibir por adentro y por afuera, y contundencia -de derecha, de zurda y de cabeza- en los metros finales del terreno. Su acumulación de elogios se dio en poco tiempo, su nombre empezó a sonar como posible refuerzos de clubes europeos y, quizás por la ausencia de otros apellidos, se depositaron sobre su espalda una serie de expectativas que no se deberían cargar sobre alguien de 19 años. Al igual que todo Racing, en esta temporada su rendimiento decayó y eso lo volvió blanco de juicios deportivos y no deportivos, y de agravios injustos y de los más diversos. Por suerte para él, para los suyos y para este juego, Vietto pudo plasmar parte de su repertorio en el triunfo de la Academia ante Gimnasia, donde convirtió dos goles -el segundo, con un gran gesto técnico- y donde fue ese atacante inquieto que había producido encantos no mucho antes.
Angel Correa hizo su estreno el 31 de marzo de este año y tuvo su primer destello grande el 11 de mayo, cuando anotó en la goleada por 3 a 0 sobre Boca. Su habilidad y su aceleración, sumadas a su corta edad, lo ubicaron en el centro de la escena y en el centro de las predestinaciones. Juan Antonio Pizzi confió en él, le guardó un sitio entre los once de arranque y trató de que los rumores sobre su pase y de que las luces del reconocimiento lo dañaran lo menos posible. Más allá de alguna jugada fantástica o de alguna maniobra decisiva, su andar, en un conjunto que viene siendo de los mejores, no estuvo a la altura de las demandas que la sociedad futbolera había puesto en un muchachito de 19 años. Sin embargo, en una cita determinante para que San Lorenzo se acercara a la punta del torneo, el rosarino se lució, fue imparable cada vez que encaró y, además, culminó su tarea con un tanto digno del aplauso: en una baldosa, sin entrar en contacto con la pelota, se sacó de encima a un rival, se acomodó con calma en una zona de urgencias y definió con la potencia justa para que el remate fuera efectivo.
¿Por qué ocurre esta ola de opiniones cambiantes frente a los altibajos de estos chicos que tiraron por la borda la cantidad no menor de desacreditaciones que recibieron últimamente? La evaluación de desempeños humanos -en este caso, de futbolistas- con criterios de mercado, con la urgencia del exitismo y con el apuro por etiquetar, conduce indefectiblemente a posiciones extremas que suelen olvidarse del papel del tiempo en la formación de cualquiera en cualquier trabajo. Vietto y Correa, con un potencial innegable para moverse por una cancha pero también con mucho por aprender para alcanzar el tope de sus posibilidades, son tan solo dos ejemplos útiles para rastrear una lógica que está instalada de forma hegemónica, que es defendida desde muchos sectores vinculados a este deporte y que ejerce un daño considerable en la compresión de para qué se juega. Ni dioses ni diablos, ni los mejores ni los peores, la dinámica que tiende a dividir a la humanidad según la dicotomía éxito-fracaso produce pibes sometidos a condiciones de exigencia en las que no parece haber espacio para la paciencia. Menos mal que, como quedó claro en este fin de semana, a Vietto y a Correa les sobra fútbol para acallar tantas sentencias absurdas.