El Seleccionado argentino de fútbol venció a Chile por 1 a 0 con gol de Lionel Messi de penal, tras una pretendida falta que el árbitro brasileño Ricci vió de Fuenzalida a Ángel Di María.
Chile jugó mucho mejor; generó situaciones con remates en los caños del arco defendido por Romero. Le invalidaron un tanto por presunta posición adelantada, y por ineficacia de sus delanteros, con el arco a disposición.
La ubicación en cancha de Aguero, Di María, Messi e Higuain, dejó sin “juego” al equipo, porque los 4 estaban delante de la línea de medios, puesto que el Khun, nunca sintió la posición de jugar detrás del “9”, y en la primera parte, cuando Messi se ubicó casi de “doble 5”, recuperando y pasando el balón a un compañero. Mascherano fue mejor asistidor que “quitador”. Floja tarea de Biglia. Higuain jamás recibió un pase en cómoda posición, sobre un terreno de juego, que era un pisadero.
Con Chile, Argentina no lograba ganar. Hoy lo hizo para sacarse esa “mochila”. El Seleccionado quedó en la tercera ubicación detrás de Brasil y Uruguay, y Bauza, pudo ganar de local como DT de la Albiceleste. Solo eso.
Biglia, Mascherano, Otamendi e Higuain llegaron al límite de amonestaciones y no podrán estar el martes en Bolivia ( juegan a las 17.00 de Argentina). Gabriel Mercado salió lesionado y se espera por el parte médico.
“CHILE LE PERDONA LA VIDA A LA ARGENTINA” tituló el diario La Tercera Chile. Y aquí su análisis:
El hito deberá seguir esperando. La generación dorada no pudo darle a Chile su primer triunfo en tierras argentinas. No fue por falta de ocasiones ni por una diferencias abrumadora de los locales. No fue por la historia ni la presión del público local. La Roja perdió 1-0 en Buenos Aires y fue por su falta de convicción. Porque se atrevió muy tarde, frente a un rival que expelía temor en cada una de sus jugadas.
Una cosa es el papel, la teoría, otra muy distinta es la práctica. En teoría, Argentina tiene un equipo poderoso, con varios de los mejores futbolistas del planeta. En teoría, el funcionamiento de la Roja es de los mejores del mundo a nivel de selección. En el papel, nada de eso se vio en la primera mitad.
La falta de confianza, el miedo del gigante transandino se notó desde un inicio. En la cancha y también en la galería, donde el silencio llegaba a ser llamativo. Esa parsimonia se llevó a la cancha. El 4-2-4 planteado por la banca local en ningún caso se transformó en un asedio constante sobre la zaga nacional. La idea, argentina, al menos en la primera mitad, era pasarle la pelota a Messi y que el del Barcelona invente algo.
Lo más curioso es que el tempranero gol que se encontró la Albiceleste, gracias al penal de Fuenzalida en contra de Di María (mal parada la defensa chilena), no cambió el plan argentino. Messi lo firmó a los 8’, con la precisión que le faltó en la definición de la Copa Centenario, y se pensó en el vendaval. Y no, la escuadra transandina prefirió contenerse. Esperar a Chile.
Quizás la Roja no esperaba algo así. Lo cierto es que la invitación a dominar el juego no fue aprovechada. Falta de funcionamiento, sí, pero principalmente falta de jerarquía. Entiéndase con esto las ausencias de Arturo Vidal y Marcelo Díaz. Falta de conexión en el mediocampo. Tibieza exasperante, una vez más, de Pablo Hernández. Poca determinación para hacerle daño al rival.
Alexis, como siempre sucede en partidos así de la Selección, se enganchó para ser el creador de juego. Charles Aránguiz, el único de los titulares habituales de la zona media, también entendía el duelo. Con poca compañía, eso sí, de quienes lo rodeaban. Al ver eso, Pizzi lo enrocó con Hernández. Mandó al del fútbol alemán hacia la izquierda, para que dialogue más con Sánchez. Buena idea, pero sin una ejecución efectiva.
Chile no mostraba mucho más. Las bandas gravitaban poco y nada, pese a que los espacios existían. Argentina, increíblemente, dejaba jugar y sólo apretaba en el último cuarto de cancha. El único susto real de la Roja en el arco de Chiquito Romero llegó antes de la apertura de la cuenta, con el gol bien anulado a Chapita, por fuera de juego. El dueño de casa, en cambio, con muy poco igual tuvo el 2-0 claro, en los pies del rústico Otamendi, quien elevó en área chica.
Había que hacer un cambio. Pizzi esperó hasta los 56’ para hacerlo. Mandó a la cancha a Nico Castillo, sacó al opaco Fuenzalida. Chile de inmediato empezó a mostrar a otra cara. Argentina se veía cada vez más chica: Alexis Sánchez reventó el travesaño con un tiro libre y en la jugada siguiente, Castillo casi decreta el empate. A esa altura del compromiso, era lo mínimo para el Equipo de Todos. El atrevimiento de Macanudo creció, el DT quizás vio las piernas temblorosas del local. Llamó a Jorge Valdivia, para buscar la conexión que faltaba. Y se la jugó en serio, porque retiró del campo al Gato Silva. Chile se paró con un 4-2-1-3.
Era matar o morir. Era la gloria o la hoguera. La Roja seguía rondando el arco de Romero, la pelota casi no pasaba por los pies de Messi y las superestrellas transandinas. Sánchez elevó un tiro libre que pedía gol y Castillo se comió el empate por no tener la fineza para cerrar la jugada a pierna cambiada.
No había que estar en el Monumental para percibir el miedo generalizado en la tribuna. Temor que extendía a sus jugadores. El mayor enemigo de la Selección era el reloj. El desenlace dependía exclusivamente de Chile. Y no se pudo, el premio no llegó. El fútbol no se define por merecimientos, esa historia es vieja. El fútbol se define por contundencia o, muchas veces, por un detalle. Y en ese pequeño espacio de algo, Argentina sacó injustamente la mejor parte.