Fuente; diario mendocino Los Andes
Argentina resolvió a su favor un duelo con tres interrogantes a despejar. Uno, el de la recuperación tras el golpe de nocaut que significó la final con el resultado desfavorable en la Copa América; dos, el regreso con gloria de Lionel Messi a la imagen que él mismo construyó como uno de los futbolistas más completos y determinantes de todos los tiempos; y tres, la revitalización anímica luego de dejar atrás con este 1-0 a un rival histórico como lo es Uruguay, el mismo que había llegado a Mendoza como líder de las eliminatorias. Un triunfo clave, por el cúmulo de frentes abiertos a resolver. Y que deja al equipo, con el debut de entrenador incluído, directamente encaminado hacia el Mundial de Rusia 2018.
De repente, la Selección se encontró con un frente de sensaciones encontradas. El eco de la letra ‘e’ estirada en el coreo de ‘Meeesi, Meeesi’ tras el festejo del gol de apertura ( en la foto, rodedo de 7 rivales, como vs Chile en Copa América de Estados Unidos) mutó en un silencio de radio luego de la expulsión de Dybala por un arrebato de desconcentración que derivó en una falta innecesaria que le costó la expulsión. Ni siquiera cuatro minutos habían pasado para consolidar una sensación de tranquilidad con vistas a afrontar la etapa complementaria. Una señal – otra – de que este equipo viene de golpes traumáticos que arrastra desde mucho antes de la gestión Bauza y que cerraron los ciclos de Sabella y Martino con el sabor a poco de finales perdidas luego de tanto esfuerzo en llegar a disputarlas.
Ahora fue distinto, con una eliminatoria que ni siquiera llega a su mitad, pero con un mochila pesada que se carga desde hace poco más de dos décadas y a la que Argentina debe enfrentar en cualquier circunstancia casi como si fuera un adversario más. Una cuestión psicológica, también, y que parece contagiarse por la empatía natural entre jugadores y público. Otro rival a vencer: el temor latente que puede transformarse en manifiesto de motu proprio. Y está ahí, cual si fuera un fantasma que llega sin avisar a mostrar las falencias propias mucho más que a dar tranquilidad por saber cómo reconocer los aciertos.
No es nuevo este estigma en el seleccionado nacional, cuya historia en el último cuarto de siglo revela que la ilusión de cerrar un resultado favorable se puede desvanecer como por arte de magia ante un imprevisto que aparece y no ceja en hacerlo cual si fuera una mueca burlona del destino. Es una ley de eterno retorno que no encuentra su fin. Y allí esa donde el instinto de supervivenia hace el resto. Como a Messi mismo, sí, el mejor jugador del mundo, que pasó de un arrebato emocional a reflexionar en frío y darse cuenta que no puede haber una Selección sin Leo ni un Leo sin la Selección.
Messi, precisamente, siempre necesitó contar con referencias para armar circuitos cortos o largos, generalmente a través de triangulaciones. En distintas etapas en el Barcelona, desde Guardiola en adelante, Leo fue habitando regiones diferentes dentro del campo de juego: extremo derecho, falso nuevo, media punta y enganche, pero su instinto lo llevó a mostrarse como un diez clásico aunque sin ubicarse en la posición de un armador tradicional. La inteligencia táctica para llegar al espacio vacío es el plus que potenció la excepcionalidad de su dimensión futbolística. Y aquí, el estar en contacto directo con zurdos de buen pie como Dybala – mientras estuvo en cancha – y Di María, más el arrastre de Pratto abriendo frentes con sus diagonales, le fue dando al diez la oportunidad de decidir el cómo, el cuándo y por dónde encarar ante la marca rival o medir el momento del pase filtrado hacia el mejor ubicado.
El gol, más allá del desvío que descolocó a Muslera, fue una prueba de carácter fiel a su personalidad. Encaró, con la obsesión del arco como meta y definió, en este caso con la fortuna que no lo acompañó en la pasada definición por penales contra Chile. El grito de desahogo marcó esa necesidad interna de sacarse un peso de encima. Y sus amagos, quiebres y gambetas por dentro o fuera en el arranque del segundo tiempo permitiern ver en acción a quien no se resigna a seguir elevando su techo. Los cracks son así. Y él es crack. Por más eventualidad negativa que pudiera aparecer ocasionalmente.
Por otro lado, y más en desventaja numérica, volvió a palparse por qué el escalonamiento defensivo siempre fue interpretado por Bauza como un todo que se inicia con una primera línea de presión entre quienes ocupan posiciones ofensivas. En tal caso, la misión es tan simple como taxativa: acompañar hostigando al lateral, central o doble cinco de contención al menos hasta provocarle una complejidad en el traslado del balón o en la búsqueda de mostrarse como receptor ante una posible cesión.
Entonces, tanto Pratto como Dybala y Di María estuvieron contenidos en el sistema; Messi, a su vez, también quedó con la libertad de movimientos de un líbero de ataque. Para el entrenador, esta forma de defender obliga a la concentración plena de todas las líneas al mismo tiempo. Un achique de espacios que comienza desde la salida misma del adversario en su campo propio.
El funcionamiento en la primera línea defensiva requería un esquema claro y predecible para reducir el margen de maniobra de dos atacantes de nivel premium como Luis Suárez y Cavani. Además, las precauciones aumentaban a partir del ida y vuelta de Carlos Sánchez pero también en las acciones con pelota detenida en las cuales se sumaba Godín con naturalidad. Cabeceadores defensivos expertos como Otamendi y Funes Mori tuvieron que coordinar sus movimientos junto con los aportes ocasionales que podían asumar Zabaleta, Mascherano, Biglia o Mas.
Queda mucho por recorrer y más para una formación cuya única meta es la de afirmarse con vistas a sacarse una espina clavada por la falta de títulos. En esta oportunidad, el equipo dio una prueba de carácter frente a un antagonista de jerarquía y peso. Y si encima se cuenta con Messi, ese valor agregado marca que la tendencia de crecimiento vuelve a ser factible de concretar. Y del Malvinas, por si algo faltaba, quedó otra agradable percepción: la de que lo mejor está por venir.