Por el enorme Walter Vargas
LEOPOLDO JACINTO LUQUE (1949-2021)
Leopoldo Jacinto Luque no precisó hacer una montaña de goles ni brillar en Europa para ser el grandísimo delantero que fue.
Le alcanzaron 100 en la Argentina, 22 con la Selección, cuatro en un Mundial, decenas de asistencias o participaciones que terminaron en gol y un puñado de temporadas estelares. ¿Cuatro, cinco, seis? ¿Para qué más? Fue la de Leopoldo Jacinto Luque una travesía poblada de curiosidades. Hecho y macerado en los potreros del santafecino barrio de Guadalupe, pasó unos cuantos años lejos de los grandes escaparates, de pueblo en pueblo y de camiseta en camiseta, hasta que el mismo Unión que lo había dejado libre enmendó la pifia y disfrutó de su espléndida versión en el ascenso del 74 y el Metropolitano del 75. Una de esas noches la descosió en la cancha de Vélez frente al River de Labruna y cuando terminó ese torneo Angelito pidió su compra. Un verdadero negoción: River vendió al Puma Morete a la Unión Deportiva Las Palmas y en Luque encontró un 9 que además de llevarse bien con la red salía de la troya y en los últimos 30 metros de la cancha era el mejor amigo de la vereda. Siempre, pero siempre, devolvía la pelota redondita y perfumada
Desgarbado, bigotudo, melenudo, con cierto porte de guerrero céltico, Luque parecía zurdo para ser diestro y diestro para ser zurdo. Sus largas piernas se movían con un no sé de compás que dejaba a sus defensores muy cerca o muy lejos, pero rara vez en situación favorable para la intercepción. Un rocoso y tremebundo leñador como Carlos Rocca supo confesarme que cierta tarde Luque lo bailó tanto que ni siquiera le dio la chance de estamparlo contra un cartel de publicidad.
De su coraje, de su épica del 78 ya han corrido ríos de tinta y en todo caso siempre está YouTube. Tampoco abundaré en un perfil ideológico que me sabe sensiblemente más simpático que el de otros notables goleadores que me tocó entrevistar y cuyos nombres ni cuyas sombrías observaciones viene el caso.
Nada me costará confesar que me encantaba ver jugar a Luque, aun cuando en cada aproximación suya al arco de Estudiantes pulsaba un presagio inquietante.
Con la partida de Leopoldo Jacinto Luque se pianta también un cacho de mi adolescencia. Un 9 sinfónico, con nada de Conservatorio, pero un 100 por 100 de oído absoluto.
Qué tristeza, che.