Por Walter Vargas en su facebook
HABLEMOS DE MILITO Y ESTUDIANTES
Antes que el insulto vil, el mero prejuicio, la necedad, la emoción violenta orgánica, el pataleo infantil y las consignas vacías, antes que todo eso siempre encontraré mejor pensar.
El problema no radica en que Milito sea menottista. Sencillamente porque no es menottista.
El problema no radica en que Milito sea bielsista. Milito no es bielsista, y si lo fuera, lo sería tanto como yo soy cajero de un banco de Bruselas.
Tampoco identifico el problema en su presunta carencia de entendimiento y dedicación. Decir que Milito “no sabe de fútbol” es de una ligereza sobre la que huelga abundar. Y de su falta de dedicación, el célebre “trabajo de la semana”, no tengo constancia alguna. Por lo contrario: intuyo que tal vez Milito no peque por defecto sino por exceso.
Tampoco, hasta donde sabemos, anida en Milito el tan temido germen del irrespeto a lo mejor de la tradición de Estudiantes. Jamás ha proferido una palabra fuera de lugar o merodeado siquiera las fronteras de la ironía solapada o el franco desdén. Un caballero, el tipo.
(Poner a Milito en la misma bolsa que a Lucas Nardi, por caso, me sabe demencial).
Dicho lo dicho, nada me cuesta confesar que la valoración que dispenso a Milito es hoy sensiblemente menor que la de hace unos cuantos meses.
Pero no se trata de una merma de valoración en general: más bien se trata de una merma en particular. Lo que encuentro en entredicho es menos su capacidad potencial que su entidad real para dotar a Estudiantes de un salto de calidad.
Amén de una idea de juego más o menos clara (en todo caso algo pasible de revelarse conforme pase el tiempo, que por cierto ya unos cuantos meses, refuerzos y partidos han pasado), brillan por su ausencia dos valores que en Estudiantes son indispensables en la canasta básica: juramentación y sangre caliente.
Incluso en algunas jornadas de buenaventura ha costado registrar un Estudiantes juramentado y de sangre caliente. Ni hablar de dar una respuesta acorde en los momentos adversos. De hecho, en la vigente Superliga jamás remontó un partido. Cuando estuvo en desventaja, un par de veces empató y el resto perdió. Indefectiblemente.
Podría decir, y lo digo, que me marea la alternancia de sistemas y de nombres propios cuya motivación profunda y soporte conceptual me cuesta mucho pescar. Pero se me vuelve claro que lo que más me incomoda del Estudiantes de Milito, cuando no me irrita, es su muy escasa sustancia emocional. Un equipo atérmico, que suele vivir ciertas circunstancias del juego como si fueran ajenas. Un equipo que en el colmo de la impotencia se convierte en el documentalista de sus desdichas.
Tal vez me equivoque y cuánto quisiera equivocarme, pero se me hace que el lugar en el mundo del Milito entrenador está en las arenas formativas, o en algún otro club de la Argentina o incluso en Europa y sobremanera al mando de equipos, como decirlo, de requerimientos menos específicos.
Se me hace, en fin, que ni las herramientas ni la impronta del muy respetable Gaby Milito terminan de encastrar en el rompecabezas de un Estudiantes no ya bilardista o no bilardista (me abstengo de ese falso dilema), fecundo, híper ganador, o campeón.
Por lo menos de un Estudiantes legible, vigoroso, sanguíneo. A buenas con su piel y con su pinchedad.