De Walter Vargas en su Facebook (un crack)

El muchacho de la saga “La pareja del Mundial” está deprimido por la eliminación de la Selección y la esposa sugiere que mire adelante, que todo será más vivible si reformula el rumbo de sus expectativas. “Hinchá por otro”.
“Pero… ¡yo soy argentino”, responde el muchacho con abrumadora lógica.
Así se cuecen las habas de la identificación masiva que atañe al fútbol, y de la masiva depositación y delegación en esos otros que persiguen la pelota.
Ni hablar si se cuela la lagartija de los colores, de la camiseta, del escudo, de la escarapela, de la pertenencia al terruño, de la fidelidad a los bautismales manantiales de esa rotunda abstracción que entendemos como “El Yo”.

Será por ese entramado genealógico que hemos deseado la victoria argentina sin mucho preámbulo. Pareciera que la afirmación de la argentinidad a través del fútbol no es una elección susceptible de interpelación. En rigor, ni siquiera es una elección en sentido estricto. Es algo dado, y ya.
La devoción por el fútbol y los buenos deseos hacia la Selección son monolíticos. Guardan unidad ontológica.

Diferente es cuando el Mundial sigue su curso, la pelota no cesa de rodar y nos sentimos necesitados de escapar de la mustia indiferencia, tal como interpreta y colige la esposa del muchacho de La Pareja del Mundial.

¿Quién nos gustaría que lo ganara?
Hay quienes postulan a Francia y Bélgica porque han jugado mejor, o más lindo, pero otros se inclinan más por los belgas, que celebrarían por vez primera, lo mismo que, llegado el caso, pasaría con los croatas.

Croacia, bien que lo sabemos, ha recogido una tonelada de simpatía por ser el más débil, por las destrezas de Modric y Rakitic y por su condición de país presidido por una mujer, la atractiva blonda Kolinda Grabar-Kitarovic, capaz de ver el partido junto al presidente de la FIFA vestida con jogging y la camiseta de cuadros blancos y rojos, y después ir al vestuario, abrazarse con el director técnico, con cada jugador y ser alguien más en la ronda de la celebración.

A veces es mejor simpatizar o no simpatizar, empatizar o empatizar, pero sin investigar demasiado.

Después del partido que le ganaron a la selección argentina un grupo de jugadores entonó “Bojna Cavoglave”, un tema tristemente célebre por hacer apología del régimen fascista croata de la Ustacha en la Segunda Guerra Mundial.

Más de una vez los propios jugadores micrófono en mano se han dirigido a la hinchada con arengas de neto corte nacionalista y más de una vez la hinchada croata ha sido sancionada por cánticos racistas.

Hace tres años, en un partido contra Italia por las eliminatorias de la Eurocopa, en Split, en la mitad de la cancha destacaba una esvástica diseñada por las hábiles manos de un podador.

Por ahí circula una foto de Luca Modric en la que festeja su gol a Willy Caballero con la mano extendida de tal forma que bien podría ser relacionada con una ofrenda al nazismo.

La pregunta es: ¿qué hacemos con esa información? ¿Cómo la nominamos, cómo la clasificamos, cómo la incorporamos a la cuenta de nuestras predilecciones?

¿El fútbol es el fútbol y nada más o el fútbol es el fútbol y algo más?

¿Elegimos concebir al fútbol como una suerte de isla, como un mundo de claves endogámicas, irreductibles, o como metáfora, como ocasión y vocación de algo que está más allá?

Pensemos en la selección de Inglaterra. ¿Cuántos argentinos veríamos con buenos ojos que el Mundial se lo llevara Inglaterra?

¿Cuántos de forma más o menos explícita o implícita no pisamos el palito de la espantosa condensación simbólica de confundir a Harry Kane con Margaret Thatcher, a Trippier con Beresford, a Maguire con Jeremy Moore?

En fin. El tema es complejo de toda complejidad. Con decirles que yo venía muy bien con la posibilidad de que sigan adelante los belgas (porque me encanta cómo juegan, porque los belgas me han tratado bien, porque amo esa encantadora ciudad medieval llamada Brujas, porque Cortázar nació en Bruselas, y también la Yourcenar, y porque les debemos la prodigiosa invención de las papas fritas), pero recordé que por allá persiste la monarquía y como las monarquías no me van bien me sentí un poco perturbado.

Ja.

Hace décadas y décadas que se discute si Heidegger fue o no fue nazi pero un tipo que fue capaz de decir “la lengua es la casa de la verdad del ser” algo muy piola debió de tener.

Ezra Pund fue un fascista declarado, sin dejar de ser un poeta exquisito, primordial, que escribió a Francesca: “Vas a salir ahora del tumulto/ de la babel de lenguas que te nombra”.

Pese a mis contradicciones, que son muchas, no vayan a creer, al fútbol lo concibo más o menos por ese wing.

El fútbol es bello y la belleza está por encima del fascismo, incluso cuando haya jugadores que adhieran a ideas fascistas.

Lo que pretendo decir es que sus habilidades con la número 5 los convierten en mejores de lo que son.

Hasta mañana.