La columna que despertarà discusiones bien futboleras es del diario español El País. Està claro que es la mirada desde un “lado” que muestra que existe “otro lado”. Aquí la mirada de El País:

Como promulgó José Mourinho, el técnico del Madrid, cuando el Chelsea eliminó al Barcelona en las semifinales de la Champions tras 47 remates estériles del conjunto de Pep Guardiola entre la ida y la vuelta contra la

portería de Cech, existe “otro fútbol”. Sí, frente a la propuesta de ataque del Barça, el Bayern y el Madrid, existe otro modelo que, a lo largo de la historia, también ha dado beneficios. El Inter de Helenio Herrera en los años sesenta, el de Mourinho hace dos y ahora el Chelsea de Roberto di Matteo conquistaron la Copa de Europa a partir de defenderse y contragolpear, de aguantar e imponer un enorme deseo de resistir.

El triunfo del Chelsea, que solo remató siete veces a puerta entre la semifinal con el Barça y la final con el Bayern y recibió en total seis tiros al palo, supone una ruptura. Rompe con la tendencia marcada tanto por el cuadro barcelonista como por España, capaces de conciliar el espectáculo con las victorias. Las tres últimas Copas de Europa azulgrana (2006, 2009 y 2011) abrigaron el estallido de España en la Eurocopa de Austria y Suiza 2008 y el Mundial de Sudáfrica 2010. Claro que el combinado español también quebró las tendencias defensivas de los últimos vencedores: Grecia, en la Eurocopa de Portugal 2004, e Italia, en el Mundial de Alemania 2006.

“La vida es imprevisible y loca. Nadie podía haber previsto esto”, declaró Di Matteo en la noche del primer triunfo en la Champions de un club londinense, el primero para la entidad de Stamford Bridge en 107 años de historia. Imperturbable, con el aspecto de un buda, el técnico ítalo-suizo dijo comprender el rechazo del estilo de su equipo por millones de aficionados, pero resaltó lo feliz que estarían los seguidores blues. Uno de ellos, desdentado y casi sin voz, lo describía en el metro de Múnich a altas horas de la madrugada: “Ha sido algo increíble: los goles al Barça en los últimos minutos, las paradas de Cech, el gol de Drogba en el 88…”.

Entre la semifinal y la final, el conjunto inglés solo remató siete veces a puerta
Es significativo cómo Drogba y Di Matteo coinciden en señalar cuál fue la jugada más importante en su camino hacia la Copa de Europa: el gol salvado por Ashley Cole en la misma raya de puerta del estadio San Paolo, ante el Nápoles, en la ida de los cuartos de final. Una acción defensiva, por supuesto.

Ningún jugador del Chelsea figura entre los máximos anotadores del torneo. Drogba, con seis tantos, está muy lejos de los 14 de Messi, los 12 de Mario Gómez y los 10 de Cristiano Ronaldo. En cuanto a los asistentes, sorprende ver a Torres, con cuatro, por detrás de los cinco pases de gol de Kaká, Benzema y Gaitán, del Benfica, empatados. Entre los cuatro semifinalistas, el cuadro de Di Matteo es el peor en todo los datos estadísticos. Hasta en los goles en contra: ha encajado más (12) que el Bayern (11), el Barça (10) y el Madrid (9). Ha sumado 25 goles, 10 menos que el Madrid y el Barça y uno menos que el Bayern. En total, ha rematado menos: 82 veces por las 99 del conjunto blanco, las 98 del bávaro y las 91 del azulgrana. Y ha poseído menos la pelota: un 55% por un 56% los madridistas, un 60% los muniqueses y un 68% los barcelonistas.

La capacidad de motivación de Di Matteo en el vestuario ha sido, sin duda, capital. Ha recuperado a futbolistas casi abandonados, como Lampard (excelente en la final), Drogba y, sobre todo, Cech. Pero, en lo táctico, se ha distinguido sobre todo por echar atrás al equipo siempre que no tenía el balón.

Uno de sus ayudantes se pasó toda la segunda parte y la prórroga enviando a sus futbolistas a defenderse: “¡Atrás, atrás!”. También Torres, al entrar en el minuto 83, tras el gol del Bayern, hubo de sufrir esos rigores tácticos a pesar de que nada sea más antinatural para él que ejercer de zaguero por obligación. Torres lo ha ganado casi todo con la selección española y ahora con el Chelsea, pero las vías hacia el éxito han sido completamente distintas. A las puertas de la Eurocopa de Polonia y Ucrania, España y Alemania no solamente se miden entre sí por la supremacía del mejor ataque. También se enfrentan al triunfo del otro fútbol.

En otra columna, y emitido por la agencia de noticias AFP, se refiere al fin del mito ganador alemàn:
< Schweinsteiger falla el penalti ante Cech. / PATRIK STOLLARZ (AFP) 74 Twittear 83 Enviar Compartir Enviar Imprimir “El fútbol es un juego que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11 y siempre ganan los alemanes”. La frase, atribuida al exdelantero inglés Gary Lineker, hizo fortuna en los años noventa del siglo pasado cuando Alemania seguía siendo una máquina implacable en los grandes torneos. La derrota ante el Chelsea del Bayern el sábado en su ciudad, en su estadio, en su Copa de Europa [unsere Stadt, unser Stadion, unser Kopal], según rezaba el mosaico que recibió a los jugadores de Jupp Heynckes, supone el fin de ese mito ganador alemán. El Bayern solo ha vencido cuatro de sus nueve finales de la Copa de Europa. La última, en 2001 ante el Valencia en Milán, fue el postrero trofeo internacional conquistado por un conjunto germánico. Múnich era anoche, después del partido, una ciudad fantasma, un barco tras el naufragio. A las dos de la madrugada, la Plaza Marienplatz, en el centro de Múnich, ya estaba prácticamente desalojada, privada de la fiesta prevista, cubierto el pavimento de cascotes de cerveza. Los hinchas del Bayern se marcharon cabizbajos a sus casas, de manera pacífica, sin necesidad de intervenir el enorme despliegue policial preparado para evitar enfrentamientos con los seguidores del Chelsea. En el metro, los cánticos se habían sofocado. Más que ningún otro, el capitán Schweinsteiger absorbió la cara del fracaso alemán Más que ningún otro, el capitán Schweinsteiger absorbió la cara del fracaso. Todos sus miedos se manifestaron en los dos momentos decisivos de la final. Cuando se giró hacia su portero Neuer porque no quería ver el penalti que, en la prórroga, falló su compañero Robben; y cuando el propio Schweini, en el quinto penalti de la tanda, envió la pelota al poste. El mediocentro y alma del equipo, producto de la cantera bávara, quedó paralizado por el pánico a perder, algo que le ha sucedido muy a menudo en los últimos años: cayó con el Bayern en la final de Champions de hace dos años frente al Inter de Mourinho, perdió con la selección germana la final de la Eurocopa de Austria y Suiza 2008 ante España, y volvió a sucumbir frente al combinado español en las semifinales del pasado Mundial de Sudáfrica 2010. En este sentido, su compañero Robben también ha acumulado un buen número de decepciones en los últimos años. Después de que Cech le detuviera el penalti al comienzo de la prórroga, el extremo holandés del Bayern ya no quiso disparar desde los 11 metros en la rueda definitiva. “Hay que comprenderlo”, lo justificó después Heynckes. La temporada de Robben ha estado marcada por las penas máximas. Falló una ante el Borussia Dortmund que le cerró la Liga al conjunto bávaro; marcó frente al Madrid en semifinales (a pesar de que Casillas tocó el balón con la yema de los dedos); y volvió a fallar ayer en el Allianz Arena. En la cuenta de derrotas, Robben suma de la final con Holanda en la Copa del Mundo de Sudáfrica y, hace dos años, la del Bernabéu ante el Inter. El Bayern se quedó sin nada en una campaña en la que había aspirado a todo. Lo mismo le sucedió al Bayer Leverkusen hace ahora justo 10 años, cuando perdió la Champions a manos del Real Madrid de Zidane en Glasgow. En realidad, la Copa de Europa es más propiedad de los españoles (13 títulos), los italianos y los ingleses (12 cada uno). Los alemanes solo coleccionan seis (los cuatro del Bayern, uno del Hamburgo y otro del Borussia Dortmund). Y en cuanto a la selección, Alemania sigue siendo, por supuesto, una potencia. Suma tres Copas del Mundo (1954, 1974 y 1990) y tres Eurocopas (1972, 1980 y 1996), pero ya son 16 años desde su último trofeo. Los alemanes, al final, ya no son máquinas sino humanos que acaban como todo el mundo: perdiendo./strong>