El resultado fue Real Madrid 2 San Lorenzo 0 .  Los del Patón Bauza, recién remataron al arco por primera vez, a los 53′ con un remate de Kalisnky de media distancia. El arquero Torrico tuvo responsabilidad en el segund ogol, y en el primero, le fató decisión para salir de debajo de los 3 palos, pero el enorme mérito de Sergio Ramos para ir con vehemencia a
cabecear, podría eximirlo, junto a la frágil marcación de Yepes, convocado, fundamentalmentre, pensando en esta final.

El DT Edgardo Bauza, dijo post  partido que “Ninguna derrota es digna”, en respuesta a los medios, pues, “Puertas adentro”, está muy bien que baje ese mensaje a su plantel, pero no hay dudas, en lo ya planteado en este portal, pre partido, que el Real es una de las Selecciones de los mejores futbolistas del mundo y que San Lorenzo, no solo no tiene al plantel más rico posible de sudámercia, sino que,  los que tienen jerarquía, estaban mellados físicamente, situación ahondada, por los 120′ en el cotejo, lo que permite referir como “digna” a la derrota ante semejante escenario, de verdaderos David y Goliat.

El Real Madrid, no jugó, ni cerca el partido más brillante de la temporada y con ello le “sobró”. Luego del 2 a 0 fue claro su “regular”; levantar la marcha. Lo dijo Iker Casillas a los medios ” Nos dimos cuenta que nuestro segundo gol, terminó con las ambicioens del rival, y tenemos todavía que seguir jugando 4 partidos más de esta temporada, y ya no tenía sentido y por más, hasta que nos exigieran.”

Por Agencia DyN
EL DIARIO EL PAIS:
Ni un equipo sacamuelas pudo frenar al Madrid, que se coronó rey del universo en Marraquech, donde la FIFA ha metido con calzador este maquillado Mundial de Clubes, que no es otra cosa que la Intercontinental de toda la vida entre los mejores equipos de Europa y Sudamérica con algunos teloneros de más.

San Lorenzo de Almagro, el campeón de la Libertadores, quiso improvisar la gloria del equipo modesto con un partido avinagrado, con mucha cicuta y tacos de lija. Lo mismo dio. Sergio Ramos, imperial en su ciclo europeo, cerró un curso célebre: trituró al Bayern en la semifinal de la Champions, malogró al Atlético en la final, empinó al Madrid ante el Cruz Azul y descorchó a San Lorenzo en la invernal cumbre mundial de Marruecos. Año de la Décima, año de Ramos, ese titán andaluz que se distingue por Chamartín como clónico de Pirri, Stielike o Fernando Hierro.

El Madrid de toda la vida, este Madrid de las 22 victorias consecutivas, un Madrid que ya suma 20 títulos internacionales. Imperial.

En un partido de colmillo retorcido, de fútbol subterráneo, nadie podía ser mejor cabeza de cartel que Sergio Ramos. En el campo de minas que planteó el equipo argentino, el central sevillano no se arrugó. No había pista para Cristiano ni sus auxiliares, así que el Madrid encontró el sendero de Ramos llegado desde su área. Un córner lanzado por Kroos y el defensa deforestó el área de los cuervos de Argentina. Cogió vuelo y llegó al remate de cabeza como un bucanero. Sergio en estado puro. En un partido de descampado, él decidió por las bravas.

Para bizarro, Ramos. Y para colofón, Bale, oscarizado en las finales. De fútbol, ni palabra. No lo quiso San Lorenzo y no lo necesitó el Madrid, que hizo lo que debía. Pocos rebobinarán el partido pasados años y quizás décadas, pero ahí quedará para la grandiosidad y las vitrinas pulidas del club español de Chamartín. Eso es lo que cuenta, y mucho.

Con sus reclutas, San Lorenzo acreditó segundo a segundo su condición de conjunto inferior. Ni tuvo a la vista a Iker Casillas en ningún momento. Se enclaustró, afiló los tacos, quiso bronca en las cloacas y nada más. Le bastó para desnaturalizar algo al cuadro de Carlo Ancelotti, que se vio abocado al partido pronosticado por los argentinos. Nada versallesco, fútbol con el cuchillo entre los dientes. De nada le sirvió a San Lorenzo: en la refriega planteada también triunfó el Madrid. No pudo ser un equipo estilista, no fue el paisaje idílico para gente de toque como Isco o James, y tampoco dejó migas Cristiano, seco en este campeonato marroquí. Con todo, en el fango en que se convirtió la contienda también fue mejor el conjunto español, por talento y disposición.

Los sudamericanos quisieron la gloria del club modesto con un encuentro avinagrado

El Madrid no entró al trapo, esperó sus momentos y enseguida advirtió que su rival solo estaba para capar el juego. Llegó el turno de Ramos, y, como ya es habitual en las finales, el de Bale, ese jugador instantáneo que golea desde la invisibilidad. Un solista de primera, ajeno a toda producción coral. Hizo bingo en la final de Lisboa, y en la de Copa. En Marraquech, un portero llamado Torrico le abrió la cerradura de par en par. De vuelta del descanso, Bale armó un remate inopinado en los pies de galés tras recibir en la línea del área, todo solo, un pase vertical de Isco. La enganchó el galés con la zurda, donde tiene un arsenal, pero el disparo le salió blandengue. Peor fue lo del meta de San Lorenzo, que cometió una pifia colosal. La pelota, mansa, le sacó la lengua y le hizo burla bajo el tronco. La despedida para San Lorenzo, que, tras muchas bravuconadas durante la semana, llegada la hora de jugar no dijo ni mu, salvo exhibir un completo catálogo de patadas. No fue la mejor exposición del fútbol argentino, un fútbol siempre recio en legendarias finales intercontinentales, pero habitualmente con más virtudes que este equipo papal.

El mérito del Real Madrid ante la pelea planteada fue no contestar

El mérito del Madrid ante la pelea planteada en el blando césped marroquí fue no contestar sino mantener la templanza que tan bien le va últimamente para levantar su cuarta Intercontinental: en la cúspide con el Milan, una gozada de época para Ancelotti, jugador rojinegro y entrenador de ambos equipos.

Y qué decir para Iker Casillas, que en su partido 700 con el Real Madrid brindó al cielo con la única copa que le faltaba, salvo algún trofeo de la galleta. Tuvo ese aire veraniego este Mundialito, pero se trataba de cumplir y el Madrid lo hizo con solvencia y evidenció la diferencia actual entre Europa y América. Este es un Madrid feliz, un equipo pletórico, como demuestran las 51 victorias que ha logrado durante 2014 (más del 80% de los encuentros disputados) y sus casi tres goles de media por partido. Este Madrid es el rey del universo. El mundo a sus pies.

R. Madrid: Casillas; Carvajal (Arbeloa, m. 74), Pepe, Ramos (Varane, m. 89), Marcelo (Coentrão, m. 44); Kroos, James, Isco; Bale, Benzema y Cristiano. No utilizados: Keylor (p), Medrán, Khedira, Chicharito, Nacho, Jesé, Illarramendi, Pacheco.

San Lorenzo: Torrico; Buffarini, Yepes (Cetto, m. 60), Kannemann, Mas; Mercier, Ortigoza, Kalinski; Verón (Romagnoli, m. 56), Barrientos y Cauteruccio (Matos, m. 68). No utilizados: Leo Franco (p), Quignón, Arias, Villalba, Blandi, Cavallero, Devecchi, Catalán y Fontanini.

Goles: 1-0. M. 36. Ramos. 2-0. M. 50. Bale.

Árbitro: Walter López (Guatemala). Mostró tarjeta amarillas a Carvajal, Ramos, Barrientos, Buffarini, Kannemann y Ortigoza.

Unos 40.000 espectadores en el estadio de Marraquech.

MARIANO HAMILTON :EN UN CAÑO:
MARIANO HAMILTON

Finalmente el Real Madrid cumplió su trámite y le ganó a San Lorenzo por 2-0 en la final del Mundial de clubes. Era previsible, era esperable que el equipo español se quedara con el título. Lo que no se suponía era que San Lorenzo iba a salir a la cancha a perder de la forma en que lo hizo, con el único objetivo de decorar el resultado.

Mucho se va a decir que el equipo de Bauza sufrió una derrota digna. Creemos, modestamente, que la dignidad está bastante alejada de lo que ocurrió en Marruecos. Que un equipo de fútbol se sepa inferior a su adversario ocurrió millones de veces a lo largo de la historia del deporte. Lo que pocas veces se vio en una final, es que un conjunto se entregara a la derrota sin atenuantes, sin vender caro su prestigio, sin entregar lo máximo, atemorizado.

Muchos dirán después de leer estas líneas: ¿Pero qué esperabas que pasara? ¿Por qué pensás que San Lorenzo no dio el máximo? Y la respuesta es que me niego a pensar que un equipo profesional no está capacitado, a ese nivel, a tratar de tener la pelota, a jugar por abajo, a tocar, a darle la pelota a un compañero, a salir a buscar algo más cuando la adversidad se presenta.

Vamos por partes. ¿Era lógico que San Lorenzo saliera a defenderse? Sí. ¿Era esperable que el equipo se replegara para tratar de cerrarle los caminos al Real Madrid y a sus estrellas? Por supuesto. ¿Se podía suponer que, una vez en desventaja, San Lorenzo mantuviera su postura tímida y que desde el banco de suplentes no llegara ninguna respuesta anímica para sacar al equipo de lo que ya se veía venir? No.

San Lorenzo hizo la mitad del trabajo que se esperaba en gran parte del primer tiempo. Se defendió con uñas y dientes y trató de proteger a Torrico. Ahora bien, la otra parte, esa que indicaba que tenía que tener la pelota, que debía salir rápido de contra, que debía preocupar a sus adversarios no la pudo hacer porque, lisa y llanamente, los argentinos no fueron capaces de dar dos pases seguidos sin reventar la pelota contra los carteles o se tropezaban cuando intentaban algún desequilibrio individual. Ahí es donde ponemos el acento en lo que no pasó, en el temor con que el equipo salió a jugar el partido.

Ya en el segundo tiempo, en desventaja por los goles de Ramos y Bale, ¿por qué San Lorenzo no intentó algo más? El ingreso de Romagnoli por Verón era cantado (lo mal que jugó Verón no tiene nombre), la lesión de Yepes obligó al ingreso de Cetto, pero si alguien puede explicar la salida de Cauteruccio para darle el lugar a Matos, se lo agradecería. San Lorenzo, a esa altura, perdía 2-0 y no estaba jugando un partido de campeonato, era una final, necesitaba dar algo más. ¿No era lo lógico salir a buscar algo diferente, atacar con más gente?

Romagnoli hizo algo que el resto de sus compañeros jamás se animaron: encaró adversarios, buscó descargas, jugó en equipo, se la dio a sus compañeros. Y con ese solo recurso, San Lorenzo se arrimó con dos tiros de Kalinski desde afuera y otro de Mercier. Nada más. Es imposible saber qué hubiera pasado si Mattos reemplazaba a Ortigoza o a Mercier (por ejemplo) y San Lorenzo le ponía un poco de picante a la final. Tal vez el Real Madrid hacía un par de goles más. Tal vez San Lorenzo descontaba. No se sabe. Pero lo único que está claro es que lo que ocurrió dejó muy en claro que Bauza (fundamentalmente) y San Lorenzo eligieron el camino de lo   que ellos suponían que era una derrota digna.

No me puedo sacar de la cabeza que San Lorenzo fue algo muy parecido a lo que ocurría cuando la Selección Nacional enfrentaba a las europeas allá por la década del 60 ó 70 o lo que hacían algunos clubes argentinos cuando iban a jugar la Copa Intercontinental por esos años. Vamos a tratar de hacer lo que podamos y a perder por poco, era la premisa. Creemos que el fútbol argentino ya superó esa etapa y que perder de esta manera, casi sin oponer resistencia seria, le quita heroísmo, mérito y grandeza a la derrota.

Varios jugadores, también hay que decirlo, jugaron al límite de sus posibilidades. Mas, Kalinski y Romagnoli están el podio de los merecimientos. Ellos sí fueron dignos. El resto, aún los abanderados de la garra y el coraje, no los tuvieron a la hora de jugar al fútbol. Porque justamente de eso se trataba, de jugar al fútbol. Pegar una patada, agarrar o empujar no forma parte del juego. Uno debe ser audaz cuando tiene la pelota y debe arriesgar. El resto es demagogia para la tribuna.

Es difícil discernir la responsabilidad que tienen los jugadores y la que llega desde el banco. Dentro de la cancha muchos futbolistas, la mayoría, fueron guapos para prepear a los rivales pero no lo fueron cuando debieron darle la pelota a los de la misma camiseta. Creemos que Bauza fue responsable de que este equipo no diera un salto de calidad en su juego. La receta de defenderse era razonable, pero la de no cambiar cuando se estaba en desventaja es inexplicable.

Siempre se puede perder un partido o una final. Cuando uno compite debe estar preparado para que eso ocurra. Lo que nunca debe suceder es bajar los brazos antes de tiempo. Saberse inferior está bien, resignarse no. Las derrotas dignas existen, pero son aquellas en donde uno opone sus mejores armas ante el adversario y cae de pie. San Lorenzo no lo hizo. Ya tenía decidido que era inferior y salió a no ser goleado. De ahí la tristeza y la bronca por la oportunidad perdida.

Esperábamos otra cosa. No digo otro resultado, está claro. Otra cosa. Más audacia, más riesgo, más convicción, más ambición. Básicamente en el juego. Por eso, creemos, no fue una derrota digna.

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El capitán e ídolo de San Lorenzo, Leandro Romagnoli, consideró , una vez consumada la derrota ante el Real Madrid en la final del Mundial de Clubes, que se cruzaron “con un rival difícil” pero hicieron “un partido digno”.

“Sabíamos que iba a ser una final muy difícil, porque el Real Madrid tiene las figuras que ya conocemos. Nos cruzamos con un rival difícil pero hicimos un partido digno. Sólo falta agradecerle a la gente que nos acompañó siempre”, destacó Romagnoli, emocionado, todavía sobre el campo de juego.

El mediocampista agregó que “ellos tienen grandes figuras y las hicieron valer”.

“En el primer tiempo nos faltó un poquito de tenencia de pelota. A lo último lo hicimos mejor, pero no alcanzó”, concluyó el volante.

Por su parte, el arquero Sebastián Torrico valoró que “se jugó de igual a igual” y comentó que “fue una experiencia inolvidable, aunque había ilusión de ganar”.

“Hicimos un gran esfuerzo. Ellos son contundentes a la hora de atacar y no pudimos mantener el cero durante más tiempo. Creo que si el primer tiempo hubiera sido más parejo, tal vez el desarrollo del segundo hubiese sido distinto”, expresó.

El arquero, que falló en la jugada del segundo gol ya que el remate de Gareth Bale se le escurrió por debajo del cuerpo, fue autocrítico: “Esperaba un remate abierto, pero la pelota se desvió en (Emmanuel) Más, me pegó en el brazo y no pude controlarla”.

Leamos, la mirada del columnista del diario As de Madrid: JuanMa Trueba:

El Real Madrid es el nuevo campeón del mundo de clubes, tal y como se intuía, y tal y como acredita el título obtenido en Marrakech, plaza madridista, ahora también, con certificado de garantía. San Lorenzo de Almagro, esforzado finalista, aprendió que no se puede luchar contra el viento ni aunque te llames Ciclón, que no basta con un Papa en Roma.

Aunque el Mundialito no es más que un torneo de confirmación, la copa brilla en lo alto, rodeada de sonrisas y lluvia de confeti. Tanto como una conquista deportiva, el campeón establece una conquista territorial, en este caso frente a un rival americano y en suelo norteafricano, ante los ojos del mundo, por si cabían dudas. El trono, de nuevo, pertenece al Madrid: campeón europeo y mundial, 54 años después de levantar la primera Intercontinental.

Qué decir de San Lorenzo, llegó hasta donde podía. Más allá, incluso. Tal y como estaba previsto, planteó un partido en el que no pasara nada, sólo los minutos.Se defendió muy atrás, desplegó unos marcajes tangueros (abrazo estrecho, corte y quebrada), tanteó la permisividad del árbitro (poca) y lo protestó todo con desgarro. El contragolpe improbable que le diera el gol imposible se lo encomendó al Papa Francisco, especialista en el juego aéreo.

El Madrid, de inicio, halló escasas soluciones a pesar de conocer las preguntas del examen. Durante muchos minutos de la primera parte no supo cómo crear espacios y, en consecuencia, no logró conectar con la British Broadcasting Corporation.Isco y Carvajal fueron las únicas promesas de profundidad, no siempre cumplidas. James, titular 14 días después de una rotura muscular, acusó la inactividad y las prisas del entorno. En general, no estuvo a la altura de su talento. Al menos (y no es poco), el equipo de Ancelotti nunca retiró el pie: fue firme en el choque, contundente en las protestas y dejó pocas patadas sin devolver.

Entre los encontronazos más relevantes hay que destacar el de Sergio Ramos con Néstor Ortigoza, jugador apodado como El Mutante, El Gordo o El Canelón, sobrenombres altamente descriptivos. Por un momento temimos que el defensa madridista fuera a perder los nervios. Vio una tarjeta amarilla y rondó la segunda en las reclamaciones al árbitro, al que se encaró tanto y tan cerca que ambos rozaron el beso esquimal. Por fortuna para el Madrid y para el decoro, Sergio Ramos acabó por elegir otro tipo de venganza.

En la primera media hora de juego, el Madrid sólo sumó dos oportunidades claras de gol, ambas protagonizadas por Benzema. En la primera, al minuto del pitido inicial, el francés no alcanzó el pase de Cristiano; en la siguiente disparó desde fuera del área, con tanta intención como hartazgo. Entre ocasión y ocasión: gimnasia sueca, increpaciones mutuas y puré de tornillos. Sin embargo, algo se rompió en la resistencia del San Lorenzo a partir del minuto 30. Tal vez fue víctima del cansancio, de la tensión o de alguna ley física por formular; quizá no sea posible aguantar más tiempo al Madrid sin que las cadenas se rompan.

Los madridistas demostraron que se habían liberado con un contragolpe conducido por la BBC, el primero: carrera de Benzema, tiro de Bale y enfado infantil de Cristiano. Poco después, Sergio Ramos marcó de cabeza, como en la semifinal del Mundialito, como en la final de la Champions, como siempre que se requiere. Esta vez, Ramos devoró en el salto al colombiano Yepes, 38 años de central curtido. Con la misma determinación que golpeó el balón, el sevillano hubiera derribado la puerta de un castillo.

San Lorenzo entendió que para el milagro no era suficiente el hincha Francisco. El Ciclón amainó progresivamente. La cruda realidad se le coló entre la guarnición de sueños y ya no hubo jugador que volviera a creer en la ficción de la victoria. Ni la lesión de Marcelo animó a los argentinos; al contrario. Mientas se retiraba, les dio más tiempo para pensar.

De vuelta del descanso, Bale firmó la sentencia, en íntima colaboración con el portero, conocido en otro tiempo como El Cóndor. Ahí se apagó todo, incluido el árbitro, que ya no quiso ver más, ni expulsiones ni un clamoroso penalti a Benzema con rotura textil.

En los minutos restantes asistimos al empeño inútil de Cristiano por marcar un gol, a los puntapiés de la frustración y a un último arrebato de orgullo argentino, despejado por los guantes de Casillas, el portero que nunca sobra y jamás debería faltar. Fue Abraham Lincoln, el Bernabéu de los Estados Unidos, quien dijo que lo importante no es saber si Dios está de nuestro lado, sino estar del lado de Dios. Vestir de blanco también ayuda.

El final de la historia es conocido. El Madrid es de otro mundo, en comparación con San Lorenzo y con la mayoría de los rivales a los que se enfrenta. A partir de ahora, también es de otro cielo.