Con la pluma del talentoso Eduardo Sacheri, publicado en 11wsports :

La derrota ante el Valencia dejó una conclusión evidente: Xavi es la pieza determinante del proceso que encabeza Martino

Hay un momento, un instante exacto, en el que las certezas se esfuman. En ese segundo, dejan de importar la capacidad de desequilibrio individual y los desajustes defensivos que atemorizan. En ese segundo, pase lo que pase con el resultado al final del encuentro, el esqueleto se resquebraja hasta quedar irreconocible y el sello se va perdiendo con el correr de los minutos que siguen al instante exacto en el que las certezas dicen adiós. Es Xavi el que se va de la cancha en un cambio poco entendible. Solamente un problema físico podría ser una razón valedera para que el estratega fuera alejado del campo.

Quizás como nunca antes, quizás como jamás desde que Pep Guardiola revolucionó este juego sentado en el banco culé, el Barcelona precisa de Xavi. Durante años, el eje ideológico dentro de

la cancha lo tuvo como apostol principal pero con el poder algo más repartido. Su sociedad con Iniesta, con Busquets y con Messi lo volvía, por supuesto, clave pero no le daba semejante cuota de dependencia. Hoy, por diferentes razones, la situación es distinta y, como quedó expuesto ante el Valencia, y también en presentaciones previas, sin el cerebro el equipo blaugrana pierde la fisonomía que lo caracteriza. Eso no quiere decir -vale la aclaración- que no se sostenga la voluntad de mantener el estilo, pero sí señala un límite a la hora de trasladar la idea al a práctica.

De organización se trata el tema. Los jugadores del Barcelona saben a lo que quieren jugar. Y lo intentan. Siempre. Pero, sin Xavi repartiendo la pelota para aquí y para allá, la lógica del rondo no aparece para imponer condiciones sobre el contrario y el control que exprime y desgasta al rival hasta aniquilarlo se transforma en un amable dominio que no permite ocultar bajo la alfombra los aspectos colectivos que restan mejorar. Seguramente, si Iniesta tuviera ahora otro ritmo de competencia, la cuestión no sería tan seria pero lo cierto es que el de Fuentealbilla está a una distancia considerable del hombrecito que cargaba la gestación en su espalda sin el menor peso.

Si en la temporada pasada se hablaba de la “messidependencia”, el conjunto del Tata modificó la ecuación a un punto insospechable para la gran mayoría: aun sin el 10 en su mejor rendimiento, se las arregla para convertir porque sus delanteros lucen recuperados; pero, sin el 6 conduciendo, sin su cabeza puesta para elegir tiempos y espacios y distracciones y destinos, no encuentra la brújula sobre la que pararse para sortear dificultades habituales en un campeonato exigente al máximo. El fútbol, conceptual y mágico a la vez, continúa demostrando, cuando más de uno se animaba a hablar del ocaso de una gran carrera, que el saber no se compra con maratónicos entrenamientos sino que se trabaja mirando, entendiendo y, sobre todo, jugando.

“Esa es la clave, Xavi, saber a qué queremos jugar”, contó el propio Xavi, en una nota publicada en El País, que Luis Aragonés le dijo en alguna de las múltiples charlas que tuvieron sobre este deporte. Aragonés, genio de los misterios que encierra el balón, lúcido como pocos para comprender quién es quién en el campo, tenía clarísimo que el tipo al que le había dado el mando de su selección era el mejor para guiar a sus compañeros. Si alguno todavía duda, no le crea por creer a este viejo sabio español y compruébelo con sus propios ojos: mire un rato al Barcelona y se dará cuenta enseguida por qué Xavi es el futbolista más grande de la historia de su país.