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El deporte se lamentó de manera particular sobre la el fallecimiento del ex presidente sudafricano y líder de la lucha contra el Apartheid

Como pocas veces el mundo del deporte ha expresado su dolor por la muerte de un estadista como lo ha hecho en estas horas por Nelson Mandela –fallecido a los 95 años-, todo un símbolo de la lucha contra el Apartheid, a la que le dedicó toda la vida. Su saludo con el capitán de los Springboks, (el símbolo opuesto, el del poder blanco), Francois Pienaar cuando éste recibió la Copa del Mundo del Mundial de Rugby de 1995 que Sudáfrica ganara al derrotar a los All Blacks, recorrió el mundo y ese acontecimiento deportivo fue señalado como el punto más elevado del recorrido de
Mandela contra la discriminación, a punto tal que algunos lo señalan como efecto y no como causa del histórico compromiso del hoy desaparecido dirigente, ex Premio Nobel de la Paz 1993.

Su biógrafo, el periodista y escritor John Carlín, autor del famoso libro El Factor Humano, describió ese momento con estas palabras: “Todo el país, blancos y negros, cantaron y bailaron hasta la noche, unidos en una causa por primera vez en la historia, una celebración delirante. No había guerra civil, no había terrorismo de derecha y Mandela cumplió su meta de crear lo que permanece hasta hoy, y que parecía imposible en ese entonces: una democracia multirracial estable”.

Quince años más tarde, en otro certamen ecuménico, el Mundial de Fútbol del 2010 realizado por primera vez en territorio africano, Mandela hacía su última presentación en público, en el partido final entre España y Holanda, aunque sólo presenció algunos minutos, los suficientes como para que su imagen recorriera el mundo. Hacía tiempo que su salud no era la mejor, no obstante lo cual transcurrieron más de 3 años hasta su deceso.

El deporte, que lo tomó como un líder de la paz y del no conflicto, vio con satisfacción como alguna vez Mandela reivindicó esa actividad, atribuyéndole “el poder para cambiar al mundo. Tiene el poder para inspirar. Tiene el poder para unir a la gente de la manera en que pocas cosas lo hacen. Les habla a los jóvenes en un lenguaje que ellos entienden. El deporte puede crear esperanza donde antes solo había desesperación. Es más poderoso que el gobierno en cuanto a romper las barreras raciales”.

Una tarea, la de romper barreras raciales en un país profundamente racista controlado históricamente por el poder de los blancos –que nunca superaba el 15% de la población-, que nació mucho antes de aquél Mundial de Rugby y que el posterior Mundial de Fútbol, que en todo caso fueron los dos hechos que sumaron el impacto de la masividad (con todo su andamiaje comercial a cuestas) que fueron el corolario de una lucha que le había permitido a Mandela discutir de otro modo con aquellos que controlaron el poder durante décadas y que sólo le dieron reconocimiento al Congreso Nacional Africano (ANC, su sigla en inglés), el partido de Mandela una vez que éste salió de la cárcel de Robben Island, donde era el preso 46664, tras 27 años, a comienzos de los 90.

Es que ese deporte reivindicado por Mandela en cuanto a su potencialidad –que de acuerdo con el tipo de política, puede ser vehículo contra la discriminación o cómplice de dictaduras feroces- vivió despreocupado durante décadas acerca de la suerte de ese detenido, siguiendo tal vez los dictados de las Naciones Unidas, que sólo en 1980 –con más de 15 años de padecer un encierre injusto y demencial- pidió por primera vez por su libertad.

Ese deporte que hoy recuerda conmovido a Mandela necesita de una visión edulcorada acerca de cómo se pelea frente a un régimen de Apartheid, tomando las palabras y los gestos contra la discriminación como hechos que no encontraron resistencia, incluso entre quienes hoy dicen lamentar su muerte. Mandela fue acusado de Terrorista, encarcelado durante 27 años, perseguido durante el tiempo en que no estuvo en la cárcel, porque, entre otras cosas, además de estar convencido en su lucha, también fue capaz de modificar los métodos y constituir un brazo armado del partido para ir por una causa que no por legítima se alcanza con el simple convencimiento de aquél al que hay que derrotar. Y en esa época no estaban muchos de quienes hoy lo recuerdan y tiene la capacidad y el poder para transmitir su pena políticamente correcta. Simplemente porque, consciente o inconscientemente integraban las fuerzas que se le oponían.

El hecho más evidente de ese reacomodamiento a partir de un Mandela fuera de la cárcel, encabezando un movimiento popular y siendo elegido el primer presidente no blanco de Sudáfrica, lo dieron quienes otorgan el Premio Nobel de la Paz, que obligados por una realidad insoslayable –fin del Apartheid- pusieron en un pie de igualdad a quien lo combatió toda su vida con quien fue la última imagen de su defensa, dándole a ambos el mismo reconocimiento.

Ese dirigente “a lo Gandhi” que hoy se recuerda desde una parcialidad histórica, decidió que las matanzas que llevaban a cabo los que sostenían el Apartheid necesitaban de una resistencia armada, aspecto de la historia que no contribuye con el tono “pacífico” de Mandela pero que, por el contrario, reafirma su profunda convicción de pelear por la igualdad.

“Es bien sabido que la respuesta del estado a nuestras legítimas demandas democráticas fue, entre otras, la de acusar a nuestra dirigencia de traición y realizar a comienzos de los años 60 masacres indiscriminadas. Estos hechos y la proscripción de nuestra organización nos dejó sin otro camino que el de hacer lo que ha hecho cualquier pueblo que se respete a sí mismo -incluido el cubano-, es decir, levantarnos en armas para reconquistar nuestro país de manos de los racistas”, dijo Mandela una tarde, ante miles de cubanos y junto a Fidel Castro, al recordar un aniversario del Asalto al Moncada, al poco tiempo de haber salido de la prisión. Había ido a visitar a quienes aportaron miles de personas a la lucha que él encarnó como un verdadero símbolo.

El deporte, más allá de la sinceridad de sus lamentaciones, debería entender a un dirigente, militante y estadista integral, que construyó junto a miles una lucha ejemplar que merece recordarse de manera completa, para no confundir un acontecimiento –poderosísimo como puede ser un Mundial o dos mundiales- con el proceso que lo gestó, que si no hubiese existido pocos se acordarían de reivindicar a quien durante mucho tiempo fue un terrorista. Y a quien hoy se homenajeará con un minuto de silencio en la ceremonia del sorteo del Mundial 2014.