Fernando Pacini, con su calidad que lo caracteriza, escribió la siguiente columna, en cancha llena, que varios, suscribimos con nuestra firma:
Los jugadores se han acostumbrado a simular, aunque pierdan una situación de gol por ocuparse de la protesta. Reclaman enfáticamente al árbitro, al asistente, al cuarto árbitro y a Cristo Rey. Cada vez que se enciende la luz de la cámara, los entrenadores gesticulan y
reclaman justicia de viva voz, siempre que la injusticia los perjudique y consintiendo la injusticia que los favorece.
En el mismo día, se instruye a los chicos que alcanzan pelotas para que las escondan cuando vayan ganando, sin reparar en el mensaje que recibe ese jovencito aspirante a futbolista. El forismo digital y anónimo ofende y agita varias veces por minuto, y el periodismo se llena de preguntas retóricas y potenciales, promoviendo respuestas y polémicas.
La AFA hace lo que quiere con las selecciones y con los torneos. Hay una tabla de promedios, una del Inicial, otra del Final, una Superfinal, otra tabla para la Libertadores, una más para la Sudamericana, la Copa Argentina y la Supercopa. La Conmebol coopera fervientemente con el disparate. Tiene en su historial una colección de sorteos insólitos, programaciones que cambian a pedido, y ahora, una Libertadores que arranca en una temporada y termina en otra, con contratos que acaban en medio de la competición.
El modelo auspicia partidos a toda hora y todos los días. Los clubes son espectadores de decisiones que toman por ellos: los horarios que programan, Fútbol para Todos, Torneos o Fox, dependiendo de la competencia, se aceptan y ya. Las reglas las escribe el comprador. Ya no se subordina el negocio al interés deportivo. Podrá ser más rentable hoy y mañana, pero deja de ser sustentable a largo plazo.
Lo primero que pensaron en la Bundesliga para hacerla la Liga más próspera y ordenada del mundo, fue en el público. Vamos en el sentido contrario. Quién compra un abono acá, no tiene la más remota idea de días y horarios en los que jugará su equipo. No sabe si podrá ir de visitante. Sí sabe que deberá esperar un buen rato antes de poder irse a casa cuando juega de local. Los operativos de prevención son cada vez grandes y costosos, y los progresos, nulos.
Se sabe que el fútbol es un fabuloso producto de entretenimiento. Tan formidable es el negocio, que a pesar del descuido del producto, la maquinaria sigue funcionando y creciendo. Es que el aficionado del fútbol no es solo un consumidor. Ese “consumidor” se forjó con más elementos que la propaganda: hay una tradición que se transfiere de generación en generación, hay historia, pasión, amor por el juego; no está regulado por las leyes corrientes del mercado. Justamente por esas razones de fidelidad e identidad, es que la demanda no merma a pesar de la pobreza de calidad y gestión.